martes, 26 de octubre de 2010

RELATOS MÍOS 2

     Acabábamos de llenarnos con unas grasientas salchichas acompañadas de unas jarras de cerveza y salimos a pasear por las avenidas de un Munich ocre y barroco. Éramos varios amigos españoles, enviados al Reich por el Gobierno de Lerroux. Federico era de las Juventudes de la CEDA y comenzaba a sentir una cierta atracción fascinada por la nueva ideología de cruces, imperio y raza, que ya regentaba el poder en Berlín.
  
     Queríamos ir a la zona de cabarets y prostíbulos, para desfogarnos de la densa cultura alemana en los brazos y piernas de alguna walkiria de alquiler, cuando empezamos a oír murmullos y rudos sonidos que la relativa lejanía nos hacía llegar como velados por una opaca textura sonora. Después de avanzar un par de manzanas nos dirigimos por una calle en que el ruido era ya más cercano. Parecía algo así como una revuelta, disturbios acaso provocados por elementos bolcheviques. Federico apuntó: “Serán los putos rojos.”
   
     Quedamos quietos, pues la barahúnda nos llegaba de la zona a la que íbamos, y aumentaba rápidamente; ya se podían distinguir estrépitos de cristales rotos, gritos y disparos. De repente, un numeroso grupo de hombres uniformados irrumpió en nuestra calle. Ataviados y atávicos con sus pardas camisas, rompían tiendas, asaltaban edificios, de los que con gran violencia extraían personas, incluyendo ancianos y mujeres, a los que maltrataron, apalearon con sádica saña. Uno de los hombres pardos sacó un revólver y lo usó contra la cabeza de un señor calvo de mediana edad. Este pistolero, ebrio de sudor y odio, con su mirada abierta y temible de éxtasis fanático, se nos acercó y gritó en alemán:
    
     -”Identificaos, judíos de mierda.”
    
     Literalmente horrorizados, permanecimos mudos unos instantes. Alfonso, con su mejor alemán, explicó nuestra condición de españoles en misión oficial invitados por el Ministerio del doctor Göbbels. Federico enseñó las acreditaciones extendidas y selladas con la svástica. El militante nazi, en su brazo la cruz aria enmarcada en rojo, nos espetó: “Lárguense, estamos de limpieza.” Y una sonrisa macabra, que quería ser irónica, se plasmó en su porcina faz inhumana.
  
     Más tarde supimos que habíamos estado en pleno barrio judío de Munich, en una fiesta de las SA.
    
     Al volver a España, Federico dejó la CEDA y se dedicó a la nueva literatura esteticista y hermética; yo continué, sin entusiasmo, en el Partido Radical, y desperdicié mi juventud en libros caros y mujeres baratas. Un par de años después nació nuestro monstruo español, la guerra civil en la que todos fallecimos.

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                                           CUENTO INFANTIL
                              (Óscar Wilde y “Pálido fuego” de Nabokov)         
   
     El príncipe se levantó soñoliento de su lujosa cama. Vivía solo; sus padres habian muerto en un conato de revolución en el Principado, y así nuestro joven príncipe, sin tíos, abuelos, hermanos ni primos, se enfrentó ya con catorce años a ejercer la soberanía sobre su delicioso y recogido país rococó. En realidad, el verdadero gobierno era ejercido por el general Tanfor, que ya había sido Regente durante la infancia del pequeño heredero. Por tanto, Luis, que éste era el nombre de Su Alteza adolescente, pasaba la mayor parte del tiempo haciendo eso precisamente: pasar el tiempo. Su palacio era hermoso, decorado con óleos de vivos colores que representaban escenas mitológicas o retratos de sus antepasados, y todo el edificio estaba repleto de cristales, espejos, porcelanas, mármoles y molduras de oro, y las amplias habitaciones y pasillos eran  inmensas estancias blancas animadas por suaves matices de colores tenues tales como el rosa, verde claro, amarillo cremoso,  y por elegantes esculturas de mármol también blanco, de finas vetas, que se disponían en los rincones como corteses y sensuales personajes desnudos que ya formaran parte de la dinastía, de los sucesivos paisajes infantiles de todos los príncipes que habían sido niños durante generaciones.
    
     Y nuestro joven Luis se sentía como el protagonista de una novela recién aparecida que acababa de leer, A rebours; en efecto, él mismo se veía como un Des Esseintes rodeado de un precioso vacío colmado de cosas encantadoras. Gozaba con caras y exquisitas ediciones de ilustres e ilustrados libros, preferentemente franceses, las novelas de Stendhal, Merimée, Constant, Chateaubriand, Hugo, Balzac, Flaubert,  Dumas, y las de los contemporáneos de Luis: Barbey, Zola, Maupassant, los Goncourt, obras encuadernadas lujosamente que ornaban las artísticas estanterías con sus contenidos de vida, personajes y párrafos excelentes de música, ritmo e ideas. Y era como estar en la fabulosa e idealizada París de extraña y clara luz artificial, de parques y avenidas perfectos, húmedos de miradas y brillos, como vivir vicariamente otras vidas, de burgueses y aristócratas henchidos de amores y colmados de placeres inconfesables, de envidias y celos y anhelos inalcanzables, como situarse en las almas de individuos un poco perplejos o un poco perversos...
    
     Al cumplir los diecisiete, Su Alteza, que comenzaba a sentir un curiosa atracción erotizada por la joven condesita Ezsterházy (ya famosa y envidiada en los círculos aristocráticos por la blancura y suavidad de su piel de cisne y por sus ojos celestes de gacela nórdica) tuvo la mala suerte de fallecer a causa de unas fiebres al parecer traídas por los comerciantes de la mar. Sí, niños, también los personajes de cuento terminan muriendo, incluso de forma incomprensible o inesperada, como en la vida real, esa de la que empiezan a hablaros vuestros padres y familiares, y de la que puede que ya habréis vislumbrado algo de su terrible condición, aun en vuestra inocencia, que espero no perturbe este cuento.
    
     No os aburriré con los complicados detalles acerca de la evolución histórica del pequeño Principado, tras el óbito de Luis, sólo os diré que varios de sus palacios son hoy sedes de ministerios, bancos y organismos similares y que el país es una próspera república capitalista, con sus pobres y sus ricos, y que en el fondo de légamo del principal río de la nación, rodeado de fábricas siderúrgicas, se descompone todavía un decimonónico ejemplar de una novela de Huysmans.

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                                            RELATO ERÓTICO

     Dicen que la nostalgia es el dolor por lo que ha pasado, y no obstante siento ahora nostalgia de ti, y, a la vez, excitación por ti, al recordarte. Y revivo la última noche que pasamos juntos, ¿te acuerdas, cariño? Habíamos alquilado una porno, de esas masoquistas que tanto nos gustaban, y que luego solíamos llevar a la práctica, y vimos unas escenas, y estábamos tan excitados, y después de meternos nuestras lenguas, paramos un poco, para prolongar, o mejor, retardar la delicia, y entonces te leí algo del Marqués de Sade, de “Justine”, y te comenté que era curioso, que se le llamó el “Divino Marqués”, mientras se le consideraba, al mismo tiempo y quizá por las mismas personas, una cumbre de la perversidad, más allá de lo humano. Y aún parece que oigo, en aquella noche casi silenciosa, en esta noche triste pero que se va elevando, tu argumentación, siempre inteligente, siempre con tu voz de humedad acariciadora, un poco ronca, que tan dura me la ponía y me la pone, la forma en que, con un poco de saliva en mi oído, me dijiste: “… cariño, acaso sea por el placer de la ironía, o quizá la perversidad es un atributo de Dios, lo divino tiene algo de pérfido. Puede que la existencia misma sea una depravación, y, en todo caso, qué o quién fija o ha fijado el concepto de lo perverso, que tal vez no sea sino una exploración sin límites de lo estrictamente humano, y que esta exploración lleve al placer y al dolor inimaginables, a la unión última con el otro y a la conciencia inmensa de la propia soledad, nos convierta en algo así como dioses solipsistas, impotentes, masturbatorios, y se haya condenado lo perverso por ser lo más definitivamente humano, el conocimiento total, la mística insoportable de la pura materia, revelada como la sola realidad...”
    
     Y recuerdo que lanzaste una de tus risas apagadas, guturales, con la boca casi cerrada, risa como blasfemia sensual que no se atreviese a salir de tu cuerpo húmedo por la excitación y por el bochorno de la noche veraniega. Y mi erección exigía ya sus prerrogativas, y volví a saborear el piercing de tu lengua, y mis manos se desplazaron por encima y debajo de tu minifalda vaquera, que tan bien dibujaba el nacimiento de los muslos y ese culo dorado y suavísimo que en tantas ocasiones había penetrado.
   
     Y nos desnudamos, te desnudo, y pellizcaba tus pezones, te los mordía, y chupabas, chupas, mis huevos, y con tus incisivos blancos, brillantes, arañabas mi prepucio, mi glande, hasta el umbral del dolor, y todo se precipitó, lo sabes cariño, nada ni nadie lo pudo evitar o detener, y fueron mis dientes horadando, mis dientes rompiendo la piel de tu pecho, de tu abdomen, y la sangre que surgía, tus tetas (habría que inventar un nuevo adjetivo: tan firmes y tiernas a un tiempo, blandas y duras, delicadísimas, resistentes) regadas por la sangre, fuente o flor roja de tu vida, y me miraste con asombro, agradecimiento y un poco de odio, y gritabas de dolor y de furia, lo deseabas tanto como yo, los dos lo sabíamos, lo supiste y lo sabes, y yo lo sé ahora mientras me masturbo lentamente al recordarlo, y veo el semen que lancé sobre tus heridas, sobre tu aún latiente carne interior que yo había lacerado partiéndola a dentelladas, y fue lo vivo que iba a morir sobre ti muerta, y mis manos abriéndose camino en tu cuello, en las yugulares que palpitaban, al principio con fuerza, hasta el final inconcebible, no buscado pero querido, encontrado, hasta que se paró tu ritmo, la música de tus entrañas, y exhalaste un débil y último gemido de placer y muerte.

     Nadie lo ha comprendido cariño, no pueden comprender el amor tan fuerte que destruye lo que ama, aniquilación suprema, el amor que me ofreciste al sacrificar tu cuerpo, nuestro amor que aún subsiste en esta cárcel, esta celda oscura, mi morada final, castillo interior y exterior que envolverá el resto de mi existencia, siempre con nuestros recuerdos en esta noche perpetua de mi alma y de mi cuerpo, contigo, cariño.
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                                                          LUZ

     Apagué el vídeo y me fui a la cama. Suelo dormir siempre en la más completa obscuridad y ya me encontraba metido en mi lecho, habituado a su comodidad, a su tamaño como un guante para mi cuerpo. Era el momento en que el sueño empieza a invadirme con alas de tibieza que confunden los pensamientos y alejan las preocupaciones y la propia conciencia de uno mismo.
    
     A través de mis entrecerrados párpados creí ver un punto luminoso amarillo que se transformó en una instantánea raya azul, para desaparecer en pocos segundos. Fenómenos similares se dan al cerrar los ojos, pero esta vez tuve la certeza, o al menos la intuición que se nos impone como tal, de que esa entrevista luz había surgido en la habitación. Protegido por mi sopor, no le di más importancia.
    
     Un breve y suave silbido llegó al umbral de mi sueño, con el efecto de espabilarme un poco. Apenas unos centímetros levanté la cabeza de la almohada, dirigí mi visión instintivamente hacia la parte donde creía haber oído el pitido, acariciador o agradable como el de ciertos pequeños pájaros, y allí, entre la negrura, volví a contemplar el punto amarillo. Me incorporé más y me restregué los ojos: debía de ser simplemente el comienzo de un sueño. Pero al fijarme de nuevo, el punto seguía ahí y el silbido sonó, con calidades de aire escaso y tono agudo que habría dejado escapar, con intención, una boca que se me figuró, no sé por qué, húmeda  llamada, incitación atrayente...
    
     Nervioso ya, pasé a un miedo físico cuando, ante mi estupor, el punto se transformó en una masa de luz verdosa que ocupó todo el dormitorio. Ya levantado, me invadió un vértigo, un mareo, una sensación de vacío en las tripas... la habitación verde parecía temblar, agitarse, como si fuera de material plástico. Sin saber qué hacer, sentí los escalofríos que recorrían mi cuerpo, un peso intolerable en la frente… Me fijé en las paredes y vi que la luz tenía en sí unos movimientos, como extrañas figuras geométricas o protozoos translúcidos que flotaran dentro... y estos elementos indescriptibles danzaban, se estiraban, de un modo pausado y que al mismo tiempo daba la sensación de algo violento, de un odio o ira contenidos pero latentes, perceptiblemente latentes...
   
     Y de improviso la luz se concentró en una especie de bola de fuego verde tornasolado que giraba sobre su eje, suspendida en medio del cuarto. Y volvió a modificarse, ¡y cómo! La bola comienza a expandirse, parece que quiere buscar una determinada forma, varios trozos se alargan en diferentes direcciones, sí, ya va tomando aspecto... aspecto antropomorfo... y ya está, la veo, es una espléndida mujer verde, desnuda, de imponentes formas y tamaño, de carne verde y pelo verde oscuro, que me mira con sus grandes, rasgados ojos verde claro... ¡qué mujer, Dios!... y en un movimento rapidísimo que no puedo calibrar, está junto a mí, su cara fascinante a unos centímetros de la mía... y, aterrorizado, sin comprender todavía, contemplo su acercamiento, sus labios gruesos, de un verde encarnado, que comienzan a besar mi boca, y siento su tibia humedad que me excita, y las caricias de sus manos también ligeramente mojadas y tibias, y de repente, un dolor hondo en mis genitales, y es como si ella me hubiera penetrado, agarrándome, sosteniéndome por dentro. Y pese al horror (o quizá con su ayuda) noto mi propia excitación sexual y el placer de una carne que me aprisiona el miembro con vigor vertical, y es una presión succionadora, cálida, follar un coño, o lo que sea, indeciblemente suave y del tamaño adecuado, y nos acariciamos, besamos, abrazamos con fuerza, en un torbellino de contactos semejante a una lucha, copulamos flotando, suspendidos quizá por la misma furia que sacude nuestros cuerpos frenéticos, y empiezan a sucederse los orgasmos, por ambas partes, por la mía eyaculando constantemente, orgasmos y corridas continuas, y por ella, incontrolables, inacabables contracciones que mi pene chupan mientras me cabalga con enloquecido frenesí. Y surge la visión, inexplicable, pero ahí está: mientras fornicamos, ante mi conciencia visual (no sé cómo definirlo) se despliega todo el horror que nadie creo haya siquiera imaginado: veo a la humanidad, todas las generaciones infinitas de seres humanos, follando, copulando, todos los millones y millones de engendramientos, de hombres y mujeres sudando, sufriendo, en espantosa mezcolanza de miles de miembros, en una gigantesca montaña de carne, pirámide de lodo rodeada de terribles tinieblas, y veo la inmensa blasfemia, el sarcasmo más cruel y desolador para los humanos: lóbregas criptas amplísimas, vacías por completo salvo por la ominosa, insoportable sensación de ausencia total y oscura, el húmedo silencio de millones de años, si se puede medir un tiempo que es eterno, y la convicción que nace en mí de que en algún horroroso lugar de esas criptas infinitas, enormes, están pudriéndose todos nuestros antepasados y todos nuestros sucesores, entre asquerosos líquidos malolientes como vómitos rojizos parecidos a mierda. Y de estas fúnebres cuevas insondables llega una risa, un grito atronador que es una carcajada siniestra, inhumano aullido de impotencia y desesperación, proferido por un monstruo tan grande como el cosmos y que se alimenta de su propia locura...

     La visión y la hermosísima mujer verde desaparecieron en un instante con sonido de suspiro profundísimo, y quedé solo, exhausto, en mi dormitorio cotidiano, en mi cama de siempre. Desde entonces vivo, si se puede llamar así, aislado, sin contacto con nadie, exiliado en mi aislamiento, con el deseo y el terror sobrehumanos, agotadores, de que vuelva a aparecer esa luz, esa mujer o súcubo, diosa, demonio o lo que fuera, que me otorgó el placer más demoledor jamás conocido, irrepetible si no regresa un día de su infierno para terminar de quemarme con su sexo y sus iluminaciones, esas revelaciones que únicamente podré soportar a cambio de su cuerpo, de esos ojos, boca y coño verdes, de esa carne suya tan distinta... Por supuesto, he dejado de practicar el sexo, de desear a las de mi especie...


                                          (julio-noviembre de 2.003)
                                   (Homenaje a Villiers, Maupassant, Lovecraft)
 
     Postdata: Luego me di cuenta de que a su oculto reino de pavor se había llevado mi semen, pues al día siguiente observé que mis prendas y las ropas de mi cama estaban perfectamente limpias, al menos a este respecto. Desde entonces pienso, en extraña combinación de esperanza (alegre y carente de sentido -si no lo es cualquier sentimiento esperanzado-) con miedo cerval, en la posibilidad de mi descendencia, unos niños serios y misteriosos que pueden existir en alguna parte, parecidos a mí salvo en que tendrán unos preciosos e inquietantes ojos verdes...
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