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martes, 15 de enero de 2013

APUNTES LITERARIOS, 3

Escribir ensayos:

- Comparar Proust y Céline:
Proust representa la culminación de la gran novela francesa del siglo XIX. Recrea minuciosamente un mundo, con la fuerza de un estilo único, y con decenas de personajes y retratos, con toda la intensidad de una psicología infinita. Aunque gracias a su sintaxis (esas frases inmensas, de música extensa e inconfundible), a la brillantez y originalidad de sus metáforas y comparaciones, a su profundidad analítica, y a crear un monumento a partir de un "yo" ficticio, etc., abre caminos a la narrativa del XX.
Céline, por contra, tiene el mérito de renovar la prosa francesa, todavía anclada en el pasado del "gran estilo" de Gide o el propio Proust, introduciendo el lenguaje de argot, la sintaxis rota y descoyuntada, el grito y el exabrupto. Un papel similar al que en lengua inglesa desempeñaron Joyce o Henry Miller.
Aunque apenas se lleven unos 20 años, da la impresión de que a Proust y Céline los separa más de un siglo, tan diferentes son sus métodos literarios como los mundos que representan.

- A partir de "Tlön, Uqbar..." de Borges y "Pálido fuego", "Ada.." o "Solus Rex" de Nabokov, escribir sobre países imaginarios (y "Las ciudades invisibles" de Calvino). (PD de febrero de 2014: ver el libro "Breve guía de lugares imaginarios" de A. Manguel y G. Guadalupi).

- La línea de cuentistas Chejov - Joyce - Cheever - Alice Munro (¿y Maupassant, K. Mansfield, Flannery O'Connor?). La melancolía y mediocridad de la vida cotidiana. Seres frustrados, fracasados. Relatos como  escenas o fragmentos de vida, sin principio ni conclusión definidos... finales abiertos.

- El refinado erotismo en la literatura japonesa: de Genji Monogatari a Y. Kawabata (La casa de las bellas durmientes, Lo bello y lo triste), Y. Mishima (Confesiones de una máscara) o H. Murakami (Tokio blues). (PD de marzo 2013: y en relación con ello, "Seda" de A. Baricco). (PD de enero 2014: y J. Tanizaki: "El tatuador", p. ej.).

- Del nihilismo a la recuperación de la fe: los casos de T. S. Eliot (de "Tierra baldía" a "Cuatro cuartetos") y W. H. Auden. También en el poeta peruano Antonio Cisneros.

- Comparar "Solaris" de S. Lem con "La invención de Morel" de A. Bioy Casares. Mundos fantásticos o de ciencia ficción en que se nos aparecen, eternas, las personas amadas... como fantasmas de presencia gozosa o dolorosamente real (¿metáforas del paraíso, posibilidades de otra vida, perpetua, sin fin?).

- A partir de S. Lem en "Solaris" o en ensayos fantásticos como los de "Vacío perfecto", escribir sobre las enciclopedias imaginarias, a veces en un futuro de ciencia ficción (ver también Asimov: "Fundación", y Borges -"Tlön, Uqbar...", p. ej.-).

miércoles, 25 de mayo de 2011

Relato "VIAJE AL FONDO DE LA NADA"

Altos, elevados pueden ser el hastío y la desolación cuando se ha probado el sabor de la nada, piensa el conde Hans von Lübeck en su pequeño palacete de Munich. La luz escasa de este otoño pobre de 1968 arranca fríos destellos de las doradas molduras del salón, reflejos tímidos y acuosos de los espejos que simulan perforar las paredes anticuadamente decoradas. El silencio de lo cotidiano permanece ahí, sin significado. El conde está de ánimo melancólico, sentado en su sillón favorito, mientras sus lánguidas manos apenas sostienen un delgado libro que ya no lee. Se trata de la Carta de Lord Chandos de Hofmannsthal. Von Lübeck acaba de cumplir cincuenta años, y siente que en su vida empieza un declive, la caída impostergable. Ya lejana su juventud en buena parte malgastada por la guerra, y luego su prosperidad creciente en los 50 (a la que ayudó la oportuna ocultación de su pasado nacionalsocialista, prestidigitación posible gracias a las riquezas heredadas, al prestigio de su apellido y a ciertos contactos y amistades), su matrimonio fracasado... Ahora llega la decadencia. Se ve como el protagonista de A contrapelo de Huysmans, confinado por el aburrimiento en una soledad poblada de cosas hermosas, o como el príncipe Saurau, aristócrata enloquecido y genial, personaje de una novela recientemente aparecida (Trastorno) del joven escritor austriaco Thomas Bernhard. En fin, basta ya de lepra literaria. Se levanta y pone un disco, Tristán e Isolda, una grabación en vivo de 1958 realizada en Bayreuth. Disfruta del dúo de amor, como es sabido constituye un paralelo musical del orgasmo, el reflejo del progresivo clímax del coito, en un crescendo mareante y sensual. Cómo debía de follar el viejo Wagner. O quizá plasmara un ideal inalcanzable, sueño de artista insatisfecho.

Desde hace años reconoce en sí mismo una tendencia fascinada hacia lo degradado y corrompido, como si encontrara un goce especial en lo más bajo e innoble del ser humano. De hecho, le encanta la yuxtaposición de lo putrefacto con los elevados frutos del arte y de la cultura. Le gustaría unir la mierda de las tabernuchas infectas con el rococó bávaro. Una manera de apurar la vida en todo lo que tiene de delirante y barroco, hasta las últimas consecuencias, sin renunciar a nada. Asumir la totalidad plena con el fin de llenar el vacío que le consume. Es una atracción por la basura, por el extraño lirismo de lo más sórdido, lo cual le lleva a pensar en Cèline (al que conoció en la Francia ocupada, entonces von Lübeck no sabía que se trataba de un escritor de cierta reputación, lo recuerda como un tipo desagradable, cínico, realmente asqueroso, un auténtico hijo de puta).

El conde pasa a rememorar lo sucedido hace dos noches, cuando deambuló por los barrios de peor fama de la ciudad en busca de determinada sustancia y se encontró con una joven putilla, embadurnada de maquillaje, que le dijo: ven, guapo, te hago lo que quieras, te la chupo como nadie, ven, palabras obscenas que le recordaron las que Joyce dirigía en sus cartas a Nora: deseo verte las bragas manchadas, me gusta más tu culo que tus tetas porque hace cochinadas, el placer unido a la inmundicia, delectación en lo que pudorosa y poéticamente se denomina escatología. Amor en el lugar del excremento, que dijo Yeats. Y ante la oferta de la puta, pensó: sí, preciosa guarra, por qué no, quiero joderte, que tu coño sea mi Leteo, inúndame con la suciedad de tus innumerables sémenes. Pero fue sólo un instante que ya terminó, una huida provisional y fácil. Sexo mecánico que ni añade ni arregla cosa alguna. El hueco, la sensación de ausencia y de falta en su mundo desolado, persisten con furia.

Harto de tanta trampa y estafa, el conde apaga la música (justo cuando suena el canto de amor y muerte de Isolda, supremo deleite en la aniquilación total) y se dirige al cuarto de baño, donde se inyectará la morfina, esa vía de escape hacia los sueños con ciudades de cristal y oro. El venenoso placer al que ni quiere ni puede renunciar y que acaso un bendito día le permita conocer la faz verdadera de una nada pura y simple.


                               
                                 (II-2009)

domingo, 13 de marzo de 2011

LITERATURA Y NIHILISMO.

     El exceso de capacidad crítica, de inteligencia despiadada, conduce a grandes artistas  a un escepticismo arrasador. Esto ha sido cada vez más claro desde el siglo XIX, con el creciente positivismo, la progresiva decadencia de los viejos valores y creencias, la crisis, en suma, del hombre contemporáneo.
     Si a ello unimos la consustancial insatisfacción que suelen padecer los espíritus nobles y sensibles, el alma de los creadores, herida y amargada, ha ido cayendo, en muchas ocasiones, en el más árido y frío nihilismo.
     Uno de los más conspicuos, y acaso primeros, en experimentar este sabor acre, fue el gran Gustave Flaubert. En su correspondencia vemos al hombre de talento, profundamente cultivado, hastiado de impotencia ante una vida miserable y gris. Flaubert no cree en la Historia ni en las soluciones provisionales o débiles que ofrecen la religión o la política, únicamente encuentra un consuelo, a la manera schopenhaueriana, en el cultivo esmerado y exigente de su arte, de la literatura. Su enorme capacidad crítica le lleva a tratar a sus personajes con una ironía cruel y helada. La gran mayoría de éstos, como vemos en "Madame Bovary", son seres despreciables, mezquinos, estúpidos. Flaubert se muestra implacable, despiadado, con los caracteres nacidos de su pluma. En las personas sólo ve sus defectos, salvo en alguna pequeña excepción, como el pobre Charles Bovary (que no deja de ser un ingenuo, un tonto) o Justin.
     Esta crueldad en el tratamiento de los personajes está lejos del espíritu más comprensivo o benevolente de otros autores, quizá menos tajantes o duros (¿debido a que guardaban un cierto fondo de cristianismo?): Dickens, Tolstoi, Pérez Galdós o el último "Clarín" (en "Su único hijo"; ya que en "La regenta" se muestra tan cáustico como Flaubert). Son escritores que, aun conscientes de los vicios y defectos y crímenes de la Humanidad, todavía conservan algo  de  cariño, de compasión, ante las debilidades de sus criaturas. Incluso los personajes mediocres y melancólicos de Chejov podrían incluirse aquí.
     Algo de esta visión desesperanzada se encuentra en el negro pesimismo de Thomas Hardy, por ejemplo, y enlazaría con la posición despegada, amoral y escapista de los movimientos simbolistas y decadentes de fines del XIX y principios del XX (Baudelaire, Rimbaud, Barbey d'Aurevilly, Valle-Inclán, Thomas Mann, Proust) y, a través de éstos, con el surrealismo.
     El nihilismo moderno queda retratado, de forma cruda, en las novelas de Dostoievski ("Demonios", etc) o  de Conrad ("El agente secreto"), y, de manera ambivalente o paradójica, en la filosofía de Nietzsche.
     Tras las crisis que conllevó la 1ª Guerra Mundial (revolución bolchevique, destrucción de imperios, colapso económico, disolución social, casi definitivo hundimiento del concepto tradicional de Dios, etc), este nihilismo social condujo una huida hacia adelante en el ámbito político (fascismo, nazismo, comunismo, y corrientes totalitarias y violentas en general) que en literatura se tradujo (aparte del ya mencionado surrealismo y otras vanguardias) en la obra crudelísima, casi inhumana (¿o demasiado humana?) de Louis Ferdinand Céline, en las páginas análiticas y desidealizadas de Hermann Broch o  de los primeros existencialistas (véase el Camus de "El extranjero" o de "Calígula").
     ¿Y en nuestra época, la de internet y la globalización, de relativismo cultural y choque de culturas? Tal vez estemos asistiendo al triunfo casi definitivo de ese nihilismo que profetizaron hace más de un siglo, con diferentes matices de  valoración, Nietzsche o Dostoievski.

Post-scriptum de junio 2011: Y es porque vivimos en un nihilismo postmoderno, que los lectores de nuestra época prefieren a los autores escépticos, como Flaubert o Cèline, frente a los más amarrados a la tradición. Así, escritores católicos, por ejemplo, como Mauriac, Waugh, Chesterton o Julien Green son minusvalorados, tachados como "conservadores" (pese a su recuperación reciente en algunos casos), como curiosidades un tanto marginales, creadores de relativa segunda fila, fuera del mainstreet literario. En cuanto a Tolstoi y Dostoievski, se reconoce su primacía estética, su incontrovertible potencia creadora, pero sus ideas se pasan por alto, asumidas y parcialmente toleradas como fruto de una época trasnochada.

El nihilismo tiene un origen en buena medida ideológico. El marxismo y el anarquismo despreciaban (cuando no odiaban) toda la tradición, tanto política y económica como literaria, artística, religiosa, filosófica, ética  o nacional. Querían arrasar todo, en un ansia de destrucción. Hacer tabula rasa. Y esto, de forma no explícita, es lo que aprecio en parte de las propuestas "progresistas" contemporáneas. Actualmente, tras las crisis de las ideologías, el nihilismo ni siquiera propone un nuevo modelo social o político, quedándose en una mera crítica destructiva del yo individual, de las instituciones familiares y costumbres sociales, etc.

Este nihilismo también se observa en la "novela negra": los detectives cínicos y amorales, los criminales que narran impasiblemente en primera persona, los policías y jueces corruptos, que suelen traspasar la ley... Puede que esto explique en parte su éxito. Ver la influencia de James M. Cain y otros en el Camus de "El extranjero", p. ej.

Asimismo, el nihilismo seria otro de los componentes destacados en algunos escritores que ahora gozan de gran fama: Bukowsky, Carver, Cheever, Pynchon, Salinger, McCarthy, Coetzee, etc.

martes, 26 de octubre de 2010

RELATO MÍO EN VERSO

Homenaje a L.-F. Cèline, original escritor, mediocre y canalla inhumano, profeta y símbolo.


Formábamos la agradable velada
el coronel de la Wehrmacht Klaus von Kleist-Moltke,
(impresionante noble prusiano,
luterano y casto,
elegante junker de acerados ojos y atractivo cuerpo  
tenso y fibroso, flexible como pantera rubia),
el capitán de las SS Emil Schmidt,
(alfeñique individuo de rostro frío                     
y barriga cervecera.
Ateo y despiadado,
yo no podía dejar de mirar la calavera
sobre tibias cruzadas
en el negro cuello de su uniforme poluto),
la amante de éste, Katarina Schacht,
(una rubia delgada de aire hastiado,
con cierto aspecto de mujer fatal,
de haber sido cabaretera en el feliz
Berlín de los años 20,
en fin, antigua puta
elevada socialmente
por su amor a la jerarquía;
von Kleist la trataba, creo que con ironía soterrada,
de usted: fraulein Schacht),
y yo, voluntario español
de la gloriosa División Azul
(maldita sea mi estampa),
perdido en centroeuropa
sin haber podido regresar a España.

Allí estábamos los cuatro,
en un punto indeterminado entre Leipzig y Dresde,
aquella primavera de 1945
(“volverá a reir la primavera”),
haciendo un alto, un respiro,
en nuestra huida de las hordas rojas
que no vacilarían un segundo en asesinarnos.
Nos habíamos refugiado en una casita
abandonada y semidestruida, en medio del campo,
para pasar la noche.
Varias semanas escapando
de los rusos y puede que de nosotros mismos,
salvo Schmidt, que no tenía nada dentro,
y que sólo mostraba el instinto de los criminales por sobrevivir.
El coronel von Kleist profundamente avergonzado.
Katarina soñando con un futuro mejor,
la vuelta a su mundo de lujuria y ostentosas joyas.
Yo no pensaba en casi nada.
Los cuatro rodeados durante días y días
de tinieblas y llamaradas (incendios en el horizonte),
del vasto silencio de la destrucción.
Adiviné en Schmidt un rencor, un resentimiento
contra von Kleist, la envidia de los inferiores
hacia los espíritus de una nobleza innata.
Yo deseaba vagamente a Katarina.
Schmidt peroraba continuamente, un charlatán:
“¡Cuánta grandeza! Seremos destruidos,
pero hemos traído a Europa un fin del que nacerá algo nuevo.
¡Nuestro sacrificio no será en vano!”.
Von Kleist callaba.
A mí solamente me obsesionaba un verso leído tiempo atrás,
un verso de un poeta español,
andaluz, rojo y maricón:
la pura belleza tranquila de la nada.
Nos fuimos a dormir.

Días después me separé de ellos.

No sin dificultades, logré regresar a España.

Al año siguiente, en Madrid,
por una de esas casualidades azarosas
que sólo se dan en las novelas,
me encontré con Katarina.
Se había refugiado en España,
un país fascista que no hacía muchas preguntas.
Tomamos algo en una cafetería soleada.
Charlamos largamente.
Me contó que un día,
después de que yo les dejara,
hubo una fuerte discusión política
entre el coronel y el capitán.
Schmidt descerrajó un disparo en la cabeza de von Kleist.
Aquello estuvo muy mal.
Posteriormente Schmidt abandonó a Katerina a su suerte.
Un tipo de cuidado, ese Schmidt.
Ella nunca supo el destino
de tan destacado miembro
de las SS.

Katarina había adquirido una imprevista elegancia.
La vi más seria, más madura, más profunda.
Su belleza delgada y austera le daba
una cierta apariencia de pureza.
Aquella noche en Madrid
hicimos el amor con una furia triste.