sábado, 1 de diciembre de 2012

Relato "TRISTÁN E ISOLDA"

     Hans Kopler, el joven profesor de filosofía moderna de la universidad de Heidelberg, se encuentra en el apartamento de su amante, la duquesa Helen von Arnim. La noche tibia se expande y se adueña de la ciudad, allá afuera, creando un oscuro ámbito de suave calor, ligeramente húmedo, como un útero denso, propicio a la sensualidad, al goce de cuerpos desnudos y vibrantes.
      Con sus elevados techos, sumidos en pálidas penumbras, la amplia estancia, suntuosamente decorada, exhala el persistente aroma de las horas de pasión, que la pareja apenas acaba de consumir, y la silenciosa tranquilidad, un poco melancólica, que queda tras la vorágine de los embriagadores, sudorosos coitos.
     El profesor medita si será amor, o sólo un deseo animal, adictivo, al que le es imposible renunciar. Helen es algo mayor que él, y, no sin cierto desagrado, Hans reconoce que se muestra sabia, experta en las caricias más voluptuosas y enloquecedoras. Prefiere no pensar en ello, ni en la posibilidad improbable de un futuro en común. Ahora su mente, con un penoso esfuerzo de voluntad, divaga sobre el pensamiento de Karl Marx, que le absorbe durante los últimos años... Helen pertenece a la clase enemiga, una aristócrata egoísta... debería odiarla y, a pesar suyo, no puede... la lucha de clases... la revolución como promesa... pero organizarla bien, que no termine como la Comuna parisina de hace pocos años. Y, de una forma quizás incongruente, piensa en las últimas óperas del señor Wagner, esa mezcla de misticismo hipócrita y pornografía vergonzante, pero... ¡qué música! corrupto y corruptor príncipe del arte nuevo.
       La duquesa mira con vago cariño a Hans, medio incorporado al borde de la cama, y piensa... es mi mejor amante... cuerpo delgado, joven, flexible, y cómo intuye mis puntos deliciosos, que me conducen a los éxtasis y transportes más adorables... ciertamente, ¡cuánto sabe el señor profesor!.. lástima de sus ideas radicales... en fin, cosas de la juventud rebelde que ignora a dónde va, que desconoce la vida verdadera, sin tontos idealismos... ya se le pasará.  Ay, si esta liason pudiera perdurar... ojalá fuera para siempre... pero no, no podrá ser. Demasiado joven, demasiado puro...
     Mientras Helen sigue acostada, con la pereza lánguida de la hembra satisfecha, Hans se acerca al balcón, tal vez para buscar algo de frescor, tal vez para pensar. El joven acaricia distraídamente una pequeña escultura en alabastro con el motivo de Leda y el cisne. El alargado cuello del ave se entrelaza con los suaves miembros de la doncella, como si indagase algo, o quisiera inyectarle su sustancia.
     Ella sale de la cama y se aproxima a Hans, desnuda, con la presencia fluida de una pantera blanca, modelada en viva carne por un artista decadente. Se abraza a la espalda de su amante. Abstraído, sin mirarla, Hans permanece estático y en silencio. A Helen se le figura que él empieza a alejarse.
     Y quedan los dos mirando la melancólica noche de la ciudad enorme y tenebrosa.