sábado, 1 de diciembre de 2012

Relato "TRISTÁN E ISOLDA"

     Hans Kopler, el joven profesor de filosofía moderna de la universidad de Heidelberg, se encuentra en el apartamento de su amante, la duquesa Helen von Arnim. La noche tibia se expande y se adueña de la ciudad, allá afuera, creando un oscuro ámbito de suave calor, ligeramente húmedo, como un útero denso, propicio a la sensualidad, al goce de cuerpos desnudos y vibrantes.
      Con sus elevados techos, sumidos en pálidas penumbras, la amplia estancia, suntuosamente decorada, exhala el persistente aroma de las horas de pasión, que la pareja apenas acaba de consumir, y la silenciosa tranquilidad, un poco melancólica, que queda tras la vorágine de los embriagadores, sudorosos coitos.
     El profesor medita si será amor, o sólo un deseo animal, adictivo, al que le es imposible renunciar. Helen es algo mayor que él, y, no sin cierto desagrado, Hans reconoce que se muestra sabia, experta en las caricias más voluptuosas y enloquecedoras. Prefiere no pensar en ello, ni en la posibilidad improbable de un futuro en común. Ahora su mente, con un penoso esfuerzo de voluntad, divaga sobre el pensamiento de Karl Marx, que le absorbe durante los últimos años... Helen pertenece a la clase enemiga, una aristócrata egoísta... debería odiarla y, a pesar suyo, no puede... la lucha de clases... la revolución como promesa... pero organizarla bien, que no termine como la Comuna parisina de hace pocos años. Y, de una forma quizás incongruente, piensa en las últimas óperas del señor Wagner, esa mezcla de misticismo hipócrita y pornografía vergonzante, pero... ¡qué música! corrupto y corruptor príncipe del arte nuevo.
       La duquesa mira con vago cariño a Hans, medio incorporado al borde de la cama, y piensa... es mi mejor amante... cuerpo delgado, joven, flexible, y cómo intuye mis puntos deliciosos, que me conducen a los éxtasis y transportes más adorables... ciertamente, ¡cuánto sabe el señor profesor!.. lástima de sus ideas radicales... en fin, cosas de la juventud rebelde que ignora a dónde va, que desconoce la vida verdadera, sin tontos idealismos... ya se le pasará.  Ay, si esta liason pudiera perdurar... ojalá fuera para siempre... pero no, no podrá ser. Demasiado joven, demasiado puro...
     Mientras Helen sigue acostada, con la pereza lánguida de la hembra satisfecha, Hans se acerca al balcón, tal vez para buscar algo de frescor, tal vez para pensar. El joven acaricia distraídamente una pequeña escultura en alabastro con el motivo de Leda y el cisne. El alargado cuello del ave se entrelaza con los suaves miembros de la doncella, como si indagase algo, o quisiera inyectarle su sustancia.
     Ella sale de la cama y se aproxima a Hans, desnuda, con la presencia fluida de una pantera blanca, modelada en viva carne por un artista decadente. Se abraza a la espalda de su amante. Abstraído, sin mirarla, Hans permanece estático y en silencio. A Helen se le figura que él empieza a alejarse.
     Y quedan los dos mirando la melancólica noche de la ciudad enorme y tenebrosa.

lunes, 29 de octubre de 2012

APUNTES LITERARIOS, 2

En la poesía del siglo XIX, hay varios escritores, que, en mi opinión, marcarán en buena parte la lírica del XX:

- Walt Whitman. Con sus versículos de amplio aliento, inspirado en el estilo bíblico, y su panteísmo optimista... su método acumulativo, su visión exultante y libre, alejada de las convenciones poéticas. Ver García Lorca: "Oda a Walt Whitman", Ezra Pound, Neruda... Borges (¿extrañamente?).

- Emily Dickinson. Desnudez, esencialidad, precedente de la poesía pura. Versos cortos y poemas breves, de sentido intenso y original, en los que cada palabra pesa y destaca.

Arthur Rimbaud. Llevando las sinestesias y correspondencias baudelerianas al límite, logra traspasar la lógica común y se abre a lo visionario, a lo irracional, a las imágenes imprevistas y bellísimas. Precedente del surrealismo y movimientos afines.

Naturalmente, Rimbaud no puede entenderse sin Baudelaire, de quien nace en realidad casi toda la poesía moderna. Y el genial y misterioso autor de "El barco ebrio" debe incluirse en esa extraordinaria floración de la poesía francesa que viene a denominarse (clasificación y limitación con que la crítica ordena e intenta comprender) "simbolismo": Lautreamont, Verlaine, Mallarmé, etc.

Sería cuestión de rastrear (supongo que algún experto en "literatura comparada" lo habrá realizado) las huellas de estos astros en otros poetas, ya inmersos en el siglo XX, y de importancia semejante: Rilke, Cavafis, Pessoa, Yeats, Eliot, Pound, Juan Ramón Jiménez, César Vallejo, Apollinaire, E. Lee Masters, Wallace Stevens, William Carlos Williams...

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Elogio de la pereza: Juan Gil Albert, ¿Fernando Pessoa, Cesare Pavese...?

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No resulta extraño que Stendhal fuera uno de los novelistas favoritos de Nietzsche. Sus personajes son inmorales, cínicos, pero con accesos, aparentes o sinceros, de ingenuidad o romanticismo. Tan pronto son hipócritas como idealistas... mezquinos, egoístas, incluso crueles, como abnegados o generosos. Desconcertantes, más allá del bien y del mal...

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"La verdadera vida de Sebastian Knight" (1941) de V. Nabokov. Biografía de un escritor imaginario, escrita por el hermanastro de éste. Se comentan sus libros, también ficticios lógicamente... con tanta inteligencia, pasión y detalles que dan ganas de leerlos, de que  sean reales. En cierto modo, es algo parecido a lo que, por las mismas fechas, y sin que creo que se conocieran, realizó Jorge Luis Borges en Argentina ("Examen de la obra de Herbert Quain", etc.). Autores más recientes que han creado escritores y libros ficticios son, por ejemplo, Paul Auster o Stanislav Lem (en los ensayos imaginarios de "Vacío perfecto", v.gr.). Y en España, Enrique Vila-Matas, y el chileno Roberto Bolaño.

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Es sabido que uno de los puntos fuertes de "La montaña mágica" de Thomas Mann consiste en la relación dialéctica entre los personajes Settembrini y Naphta. El primero representa la moderación liberal, el idealismo democrático y razonable, mientras el segundo defiende un sistema dictatorial y teocrático, una mezcla de integrismo cristiano y totalitarismo casi comunista. Lo curioso (aunque no tan curioso, bien mirado) es que mientras la figura de Settembrini resulta un tanto plana, opaca, insulsa, la de Naphta está llena de relieve y vigor, y sus argumentos, aunque no los compartamos, resultan estimulantes, provocadores, se trata de una personalidad fascinante. Y esto viene a ser como un símbolo de la atracción que ejercen y consiguen las opciones antidemocráticas, autoritarias... 


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Sobre la "ideología" de los escritores. Pienso que un gran escritor, precisamente por serlo, por tener una gran capacidad de comprensión humana, está por encima de coyunturas partidistas, de ideologías de moda. Por ejemplo, ¿tiene sentido preguntarse si eran "de derechas o de izquierdas" Proust, Henry James, Nabokov, Pessoa, Baudelaire, Kafka, Rilke, Conrad, Flaubert...? Por no hablar de la época previa al sistema democrático y burgués, cuando ni siquiera existían esos conceptos...
Proust, que tuvo amigos de izquierda y de extrema derecha, incluso, habla de esto, al referirse al señor de Norpois, creo recordar, y dice que la amistad entre dos personas se basa más en cuestiones de carácter o de afinidad psicológica que en posiciones ideológicas predeterminadas.

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Línea poética Cavafis - Cernuda - Gil-Albert - Gil de Biedma - Luis Antonio de Villena.
 id. Hölderlin - Nietzsche - Rilke - Cernuda.
 id. Dickinson - Valèry - Juan Ramón Jiménez - Jorge Guillén -   P. Salinas - ¿Paul Celan? - ¿José Ángel Valente?
 id. Leopardi - Cernuda - Francisco Brines - Juan Luis Panero.
 id. Rimbaud - Apollinaire - Andre Breton - P. Eluard - Gª Lorca - Aleixandre - Neruda - Saint-John Perse - Octavio Paz - A. Gamoneda - P. Gimferrer.
Y otra corriente, que se llamaría de la "poesía conversacional", que utiliza el lenguaje cotidiano, con la musicalidad del fraseo común o hablado, generalmente es una lírica de carácter meditativo y de origen anglosajón: Wordsworth - Tennyson - Browning - Eliot - Cernuda - Auden - Larkin...

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Poema, HOMENAJE A MARCEL PROUST

Perdido en la prosa densa proustiana
me gusta encontrarme.
Fluir de fuentes de sintaxis
donde amar a la incomprensible Albertine
y al barón de Charlus espiar
en sus depravaciones.
Palacios y prostíbulos
que con la sal de Sodoma
arden entre murmuraciones.
Estúpida burguesía sustituye
a encantadora aristocracia estúpida.
Admirando las analogías
del semijudío que quería a su mamá,
sus comparaciones nuevas, preciosas,
joyas y porcelanas dignas de antigua belleza,
sutilmente elaboradas
con delicados colores y suavidad
(aunque en el interior de las frases perfectas
siempre pugne la sangre del deseo).

miércoles, 8 de agosto de 2012

Poema "ARTE POÉTICA".

Sonido en el aire quieto y puro
que es con el que la materia canta
-como lágrimas resbalan entre dos olvidos.
Lo que ni vemos está a la vista
del poeta: lagunas de fuego,
ese infinito que se aprecia en las aldeas deshabitadas,
ese dulzor en los ojos que no ven sino luz.

El poeta sigue ahí,
brota de materia necesaria,
extasiado entre aire y sol,
agua y frío,
abrumado por el sonido,
suave ruido de terciopelo evocado por la memoria.

POEMA TRISTE

En los húmedos pantanos, en los bosques del sueño
se adivina la vida:
música dorada como los recuerdos de la infancia,
la materia que, implacable, permanece y dura,
mientras el ideal se confunde con el brumoso paisaje
del alma o de la Historia.

El odio melancólico, la impotencia del deseo
en alba y ocaso se entremezclan,
imperceptiblemente desapareciendo.
Sólo se perfila nítido el amor:
recuerdos de una piel suave como pétalo de agua,
espasmos que nos borran en un relámpago de placer,
en el abismo de esa mirada que ha de disolverse.

Y al final de una solidez deshecha por el tiempo,
el pelo sucio del pasado polvoriento:
infecta sabor amargo lo que aún queda de belleza.
No habrá estas palabras ni quien las oiga,
solos quedamos como morimos,
nuestros huesos atravesando el viento del tiempo.

Poema

Luz de un cuerpo que se desliza
cantando, quemando;
se basta a sí misma,
extasiada y atónita
de la calidad de su propio resplandor.
Y termina, sin acabar, fundida,
penetrando como lengua
en otro cuerpo, fantasma
al que ama mientras destruye
para que persista, transformado:
todo sirve a la recreación,
al renacimiento.

Poema "AMOR PERDIDO ENTRE PALABRAS".

Y la belleza se hizo carne
y alma: vivirá en mi memoria.
Cuántas veces amaré tan falsamente
como mis versos escribo.
Cómo no supe reconocer
que la herida más amarga sería tu olvido.
Cómo no acerté a retener tus besos:
piel de nuestras bocas definidas
en la fuga, más irremediable de las que soñara Bach.

La tensión interna de tus miradas
moduló el monumento mítico
de nuestro amor insoportable.
Y así te recuerdo, ávido
de tu imagen como fantasma artístico:
silbido de las caderas,
candoroso abdomen candente
alusivo a la potencia y a la vida,
el ídolo pálido de tu paladar líquido;
mi lengua por el salobre saledizo
de tus senos sigilosos:
de mi pene la suculenta escritura
en el poroso terciopelo de tu piel;
nuca refrescante, sudorosa de noches y luna;
salivas de luz en tus besos
nocturnos: huyen bailes de tactos.

Inútiles espejos, mis ojos sangran,
el ya seco sabor se torna yeso
ante la pulpa ausente de tu centro.

Al melódico ritmo de las almas
leíamos poemas con lengua y ojos,
acordes con el juego de los cuerpos.
Y fue lo más hermoso en un instante:
exquisita disolución del yo,
amor y arte combatientes contra el tiempo.

Pero al contemplar tu hueco,
al acariciar el vacío que me dejas,
veo las palabras como muertos
símbolos de falaces tópicos
hasta el exceso pronunciados.

Quizá tu voluntad o mi destino sean
en el falso paraíso del olvido
perdernos.

Triste conclusión de todo:
ni arte ni amor vencen
y verdad y vida son palabras solas.

miércoles, 1 de agosto de 2012

APUNTES LITERARIOS, 1

Humor benevolente, compasivo hacia los personajes: Cervantes,  Sterne, Dickens, Pérez Galdós, Chejov, etc.
Humor sarcástico, cruel hacia los personajes: la picaresca (Lazarillo, etc), Quevedo, Larra, Swift, Stendhal, Flaubert, Maupassant, "Clarín", etc.
Posiciones intermedias: Henry James, Conrad, Proust..?

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Esos libros de género indefinible, como misceláneas, que integran gran variedad de textos y temas: los diarios de Kafka y Robert Musil, el "Juan de Mairena" de Antonio Machado, el "Monsieur Teste" o los "Cuadernos" de Paul Valery, el "Libro del desasosiego" de F. Pessoa, "El oficio de vivir" de Cesare Pavese, la "Biographia literaria" de Coleridge...
Y su relación con ciertas obras contemporáneas, que mezclan relato, reflexión, libro de viajes, ensayo, etc. como "El Danubio" de Claudio Magris o las novelas de W. G. Sebald, y, en España, algunas de Javier Marías o Enrique Vila-Matas.
Postdata de octubre de 2013: y el "Libro de réquiems" de M. Wiesenthal.
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Pervivencia de los "neoclasicismos". Regreso a fórmulas y ambientes de siglos anteriores: novelas neo-victorianas: de J. Fowles ("La mujer del teniente francés"), A. S. Byatt ("Posesión", "Ángeles e insectos"), Sarah Waters ("El lustre de la perla", "El ocupante"). Como parodia, en ocasiones, o como fascinación por el prestigio idealizado de la época, u homenaje (¿y tácita confesión de impotencia creadora, de la vulgaridad de nuestra hora?) a los grandes artistas del pasado: Dickens, Wilkie Collins, Henry James, Thomas Hardy... ¿no basta el presente? (¿puede decirse que realmente no son novelas históricas?)

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Luis II de Baviera: poema de Cernuda ("Luis II de Baviera escucha Lohengrin"), fragmento del "Libro del desasosiego" de Pessoa ("Marcha fúnebre para Luis II.."), novela "Oro y locura sobre Baviera" de Luis Antonio de Villena, película de Luchino Visconti...
Atracción lánguida y decadente por un rey loco, que une inocencia, perversidad (sexual, para la época... ¿para nuestra época?), poder (progresivamente abandonado; hastío hacia la Historia y los problemas reales) y dedicación enfermiza, casi absoluta, a la belleza (arte, cuerpos jóvenes) y al placer, frente a la melancolía y vacío de la vida ("¡ah, la vida es cotidiana!", que dijo el poeta).
"¿Vivir?, ya lo harán nuestros criados..." (Villiers de L'Isle Adam: "Axel").

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sábado, 19 de mayo de 2012

Relato "ÉXTASIS DE SANTA TERESA, POR BERNINI"

(Habla Santa Teresa):

     Aquí, transfigurada en mármol por el arte del maestro Bernini, como en una de esas metamorfosis del pagano Ovidio, pero en un mármol lácteo, dúctil como una carne flexible que vibra y siente su propia voluptuosidad… Vosotros, quienes me visitáis en esta modesta iglesia romana, no sabéis la dicha de estar eternamente herida de amor. Ante vuestros ojos sólo somos figuras estáticas, pero desconocéis que mi carne de mármol sigue engolfada en Dios perpetuamente, en este instante fijo e inacabable de gran gozo, de orgasmo en Dios, por medio de Dios, que me atraviesa e inunda de Su Amor, hasta la última fibra de mi cuerpo… Ángel mío, hunde tu flecha en mi corazón, convierte mi corazón en un grande sexo, en un sexo de amor que late… ya que tu dardo es de Dios, y siendo Dios, ¿no ha de ser por fuerza el mejor amante? …la summa teologica del placer, la totalidad universal del gozo y del amor, en este momento entrando y navegando por mi cuerpo y mi alma… sí, quémame suavemente, como sólo Nuestro Señor sabe, el delicado toque, la punzada de dolor que va transformándose en fuego celestial, ese fuego deleitoso que anima el mundo… Oh, ángel de éxtasis, divino mensajero que portas el venablo que da vida matándome en un placer inmenso, casi imposible de soportar si no fuera porque él mismo gradúase con inteligencia suprema, parándose y reanudándose con infinito modo y ciclo… oh, ángel de cuerpo hermoso, prosigue con tu ataque a mis órganos ya flojos y deshechos de amor y con ansia de ser empapados por divinos licores… ah, cómo renuevas las llagas que me infliges, las regaladas heridas que destrozan mi cuerpo para reconstruirlo en la forma de una preciosa joven suspendida o flotante entre temblores, envuelta en la mano de Dios, por el cuerpo inagotable de Dios, mi alma aniquilándose…

(Habla el ángel, para sí, sin que Teresa le oiga):

     Goza mientras puedas, incauta Teresa, saborea cada gota del placer que te corroe. Ya que cada punzada de mi arma abre inacabables puntos de dicha en ti, disfrútalos mientras los crees eternos. Mientras pienses que son demostraciones del supuesto amor de tu supuesto Dios. Llegará el momento en que incluso esta misma escultura que habitamos se desgaste, se destruya, con el paso implacable del tiempo tiránico. Y, entonces, tú y yo desapareceremos. No puedes saber todavía, y no quiero que conozcas,  que no soy sino el heraldo del sexo, de la muerte y de la nada, y que el éxtasis de placer que te traigo es sólo el impulso sexual que la Naturaleza cruel (único Dios real) se complace en regalarte por ahora como perversa ironía. Goza, Teresa, en tus miembros atravesados por el fuego del furioso orgasmo, hasta que descubras que todos estos sentimientos y sensaciones, todo el amor del cosmos, son únicamente la trampa que Natura utiliza, la ingeniosa añagaza para que los seres continuéis creyendo y esperando…



"SIGMUND FREUD: UNA BIOGRAFÍA PARALELA"

FREUD, SIGMUND. Libertino, psiquiatra, escritor y probable delincuente austriaco (Freiberg, Imperio Austro-Húngaro, 1856 – Londres, 1939).
Nacido en el acomodado seno de una familia vienesa (su padre era un reputado ginecólogo), Freud estudió Medicina, en la especialidad de neuropatología. No obstante, pronto logró celebridad entre los medios frívolos de Viena, debido a sus costumbres disolutas. Al parecer, ya desde su más temprana pubertad manifestó evidentes síntomas de una poderosa monomanía erótica, que nunca llegaría a controlar. Ciertos ambiguos textos del propio Freud (en su cínica autobiografía Años de juventud. Descubrimiento del análisis por medio de las orgías) han servido para que sus biógrafos hayan especulado sobre una relación turbia, si no directamente prohibida, del Freud de unos catorce años con su hermana Klara, de doce. Esta tortuosa experiencia, que culminó con el no del todo aclarado suicidio de Klara cinco años después, debió de marcar a Freud, junto con el descubrimiento del ateísmo (a través de la filosofía de Schopenhauer). Todo lo cual le condujo a un escepticismo nihilista, por un lado, y a un epicureísmo escandaloso y amoral, por otro. De acuerdo con algunos testimonios de la época, sus fiestas nocturnas y semiclandestinas en un lujoso piso de la Kaiserwilhelmstrasse fueron célebres entre los ambientes crapulosos de Viena. En estas fechas debió de comenzar su adicción a la cocaína. Pese a todo ello, consigue doctorarse con éxito en 1881, en la rama de neuropsiquiatría, y unos meses después se casa con Anna Adler, joven y perversa damita perteneciente a la baja aristocracia rural austriaca, que sería, hasta su muerte en 1928, una compañera fiel e ideal en sus depravaciones. En 1883 Freud se vio envuelto en el asunto Heidofer. Consistió en el hallazgo de un cuerpo decapitado y con inequívocas señales de haber sufrido torturas, descubierto tras la denuncia de cuatro adolescentes de clase baja, de ambos sexos, que, al parecer, habían logrado huir de una espantosa ceremonia. Salieron a relucir varios nombres, el de Freud entre ellos.

     Buscado por la Justicia de su país, Freud huye a Londres en la primavera de 1884, en compañía de Anna. Sus primeros años en Inglaterra son confusos, la escasa información fiable se mezcla con la leyenda. Según datos de determinados investigadores, y del propio Freud en sus citadas memorias, consigue establecerse en una casita del barrio de Bloomsbury, donde abre una consulta psiquiátrica con nombre falso: doctor Ernst Dowson. Atiende enfermos mentales, neuróticos, psicópatas, etc., y llega a labrarse una sólida reputación entre la sociedad más selecta. Destaca en especial el extraño caso, puede que colindante con la esquizofrenia, del doctor Henry Jekyll, en 1885-86, que tuvo un final incomprensible y trágico. Según algunos informes policiales secretos, no conocidos hasta 1963, también Freud fue considerado como sospechoso en los indeciblemente crueles asesinatos de prostitutas de Whitechapel, en 1888, aunque no se llegó a probar su participación. Los periódicos de esa época dicen que asimismo el doctor Freud (mejor dicho, Dowson) trató, hacia 1895, el caso de un tal Dorian Gray, joven dandy y libertino al parecer obsesionado hasta la locura con un retrato que de él había pintado el conocido artista Basil Hallward. El asunto se cerró de forma oficial tras los sucesivos fallecimientos de ambos, el pintor y su modelo, en breve lapso y en circunstancias particularmente ominosas.

     Conforme a las palabras de Freud (en su mencionada autobiografía) y a las de varios testigos, durante todos estos años compatibilizó su actividad médica con la vida (evidentemente subterránea) de excesos y placeres oscuros, siempre en los dudosos límites de la legalidad, inconfesables. Aunque con el paso del tiempo, se cree que cada vez fue conformándose más con la cómoda vida de burgués apacible. Si hemos de aceptar su palabra, llegó a considerar a Anna y a la cocaína como estímulos suficientes para satisfacer sus sentidos otrora insaciables.

     En el transcurso de estos años, a medida que disminuían las orgías, desde 1890 hasta 1925, escribió numerosos volúmenes. Son textos extraños, de notable valor literario, aunque muy discutibles desde los puntos de vista filosóficos y científicos. En ellos introduce nuevas teorías psicológicas, mezcladas con reflexiones históricas y culturales, que en conjunto ofrecen una original y poderosa crítica de la civilización. Destacan por el papel predominante y obsesivo de la sexualidad, mostrada en toda su crudeza con especulaciones obscenas, con ideas de una perversión nunca vista hasta entonces. Además del libro autobiográfico tantas veces ya nombrado, póstumo, de 1942, éstas serían algunas de sus obras más características (damos primero la posible fecha de escritura y luego, la de su publicación): Izquierda y derecha en sentido extramoral (1891, 1917), El malestar en la cultura (1896, 1916), Tótem y tabú (1901, 1920), Disertaciones epistemológicas sobre el pene y la vagina (1912, 1931), etc.

     En 1914, aprovechando la coyuntura del estallido de la Gran Guerra, y la consiguiente ruptura de relaciones entre el Reino Unido y el Imperio Austro-Húngaro, y suponiendo que los delitos que le pudieran achacar ya habrían prescrito en cualquier caso, Freud decide revelar su verdadera identidad, al mismo tiempo que adquiere la nacionalidad británica. Y es entonces, sintiéndose protegido, escudado por sus crecientes fama y prestigio cuando se atreve a publicar sus ensayos y tratados. No sin que originaran un considerable escándalo, aunque el apoyo público de ciertos renombrados escritores e intelectuales (como D. H. Lawrence, Arthur Schnitzler o James Joyce) impidió que su reputación quedase afectada.

     Tras la muerte de Anna (en 1928, como ya hemos dicho) Sigmund Freud pasó los últimos años de su vida tranquilamente dedicado, al menos en apariencia, sólo a la escritura y a la divulgación de sus teorías. Fallece de una apoplejía en su casa londinense el 4 de mayo de 1939. Únicamente después de la edición de Años de juventud y de la Correspondencia (1947), sus biógrafos empezaron a descubrir e investigar el lado oculto de su trayectoria.

Relato "CENA CON UN CURA"


     La cena en casa de los Pérez había comenzado sobre las nueve y media. Estaban presentes los dueños y anfitriones (don Pablo y su esposa, doña Inés) y la hija de ambos, la encantadora señorita (aunque con cierta fama de casquivana) Lucía, y, como invitado, un sacerdote, el padre Damián, nuevo párroco del barrio, hombre bastante joven para como se estilaban los religiosos por entonces en aquel elegante barrio madrileño.

     La presencia del cura había sido una ocurrencia de doña Inés, que con el tiempo se había vuelto un tanto beata, aumentando su interés por la religión en una relación directamente proporcional a cómo había decaído su afición por el sexo, para desgracia de don Pablo, quien no obstante había resuelto sus necesidades con la ayuda de cierta amante, notablemente más joven y, por qué no decirlo, más atractiva y menos melindrosa que su un tanto extenuada y envejecida esposa, eso sí, santa y casta.

     Don Pablo había accedido, pues. Además, esto le daba la ocasión de practicar una de las actitudes que más le divertían: la de anticlerical redomado o, como él mismo decía, comecuras, lanzando sarcasmos y chistes francamente irreligiosos cuando no próximos a la irreverencia. Consideraba que era una diversión en el fondo bastante inocente, y, qué demonios, le gustaba poner en apuros o en compromiso a uno de esos cuervos. Pero hay que constatar que cuando el sacerdote se presentó en su domicilio, don Pablo, que no le conocía en persona, quedó sorprendido ante el aspecto del hombre de Dios. Esperaba uno de esos curas ancianos, inofensivos y de escasa formación, y se encontró con un tipo apuesto, alto y fuerte, de facciones regulares y duras, como talladas a hachazos, y pelo negro cortado a cepillo, de unos treinta y cinco años, y que, en sus maneras de hablar y comportarse, y en ciertas frases con las que comentó la biblioteca de la casa, dejaba ver a las claras que se trataba de un hombre de cierta cultura y de mundo, si esto no resulta una contradicción para un ser entregado a eso que llamamos divinidad.

     En cuanto a la jovencita Lucía, su presencia en la cena se debía a una exigencia de sus padres, pero cuando supo que el nuevo párroco era el invitado, accedió por cierta curiosidad que nos podemos atrever a calificar de malsana. En efecto, unos días antes, mientras estaba en una terraza con unas compañeras, había pasado por allí el cura, y su amiga Anita había explicado quién era ese tipo con aspecto de galán de cine (iba vestido de sport, sin nada que delatara su condición religiosa). Lucía y sus frívolas amigas celebraron, entre risas y alguna alusión equívoca, la peculiar y llamativa belleza varonil del curita, o, como dijo la pérfida Anita, de ese pedazo de cura, que qué lástima de hombre, qué desperdicio...

     En fin, que la cena había comenzado bien, con un ambiente bastante relajado y de buen humor. La verdad es que el cura era atractivo y sorprendente, y, probablemente sin desearlo él mismo, se había convertido en el centro fascinante de la cena, de la reunión que en principio parecía iba a ser protocolaria y un tanto aburrida. Era excelente conversador, con su voz fuerte y bien modulada, y sabía imprimir a sus palabras determinada ironía sutil, como si no creyese demasiado en lo que decía o no tuviera apenas importancia. Don Pablo intentó alguna de sus pullas contra los sacerdotes, pero obtuvo como respuesta la franca risa de don Damián, que añadió:

     -¡Vaya, ese chiste de curas no lo conocía, y créame que ya me sé unos cuantos!
    
     Don Pablo y su familia estaban boquiabiertos. Nunca habían conocido a un cura semejante, incluso ni sospechaban que pudiera existir. Don Pablo, más por no rendirse que por convición, dijo:

     -Pero ustedes, los curas, jamás tendrán un conocimiento exacto de... digamos, si me permite, la pasión amorosa, sí...exacto....y, por tanto, cómo pueden juzgar, ¿no dijo Cristo: “no juzguéis y no seréis juzgados”?, ¿no lo negará, eh, padre...?

     Don Damián sonrió con esa sonrisa suya que se veía era característica en él, sólo media comisura de los labios, en el lado derecho de la boca. Sonrisa irónica que, en otro hombre menos encantador, hubiera resultado incluso ofensiva por lo displicente. Apuesto, atrayente y un poco cínico, parecía uno de esos abates libertinos del siglo XVIII francés.

     El sacerdote esperó unos instantes en el silencio que él mismo había creado, como sopesando lo que iba a contar, lo que debería decir y lo que tendría que callar, y qué palabras y tono serían los más apropiados. Empezó su relato, con una nota imperceptiblemente más seria en su voz:

     -Usted, don Pablo, permítame que se lo diga, también juzga, con demasiada ligereza. ¿Quién le asegura que los curas no tengamos, algunos al menos, ciertas experiencias digamos vitales? No todos somos curas desde niños. Yo, por ejemplo, soy una vocación tardía. Me ordené hace cuatro años, y tengo ya treinta y seis. Bueno, pues he de confesarles que en mi juventud fui atraído, sí, no se asombren, por el mal. Era un joven de mi tiempo, perfectamente ateo, y gracias a ciertas lecturas, de Nietzsche o de Céline, logré carecer de fantasías de moralidad. Llegué a considerarme un hombre superior, fuera del alcance de los prejuicios de la moral, sin que los remordimientos me afectaran en lo más mínimo. Pensaba que la conciencia y la ética no eran más que un juego del lenguaje, unas ideas que los sacerdotes y los poderosos habían elaborado para dominar a la gente. Dios era un fantasma creado en momentos de confusión y pánico. He de reconocer que el inmoralismo era muy útil, además, para llegar a cotas excesivas en mi vida erótica. Simplemente buscaba los placeres, los más refinados o complicados o perversos, sin la menor consideración hacia las chicas que caían bajo mis artes sofisticadas… Conocí los goces más sádicos y delirantes, el placer divino (entonces me lo parecía) de poder hacer daño, de causar sufrimiento. El sabor del mal producía un agradable temblor en mi alma. Llegué a paladear el estupro, la violencia...

     En este punto, el rostro de don Damián aparecía completamente distinto, ferozmente contrahecho, como bajo una extraordinaria presión psíquica, y hablaba ya como para sí mismo, como si estuviera aislado, confesándose algo demasiado doloroso, algo en lo que la familia presente no jugaba ningún papel, ni siquiera de oyentes. En ese instante, el sacerdote se encontraba totalmente solo. La familia estaba absorta, expectante, sin saber qué decir ni qué hacer... La situación era absolutamente extraordinaria.

     Tras unos instantes de incómodo silencio, don Damián pareció reponerse. Pidió disculpas a la familia por su excesiva confesión, que juzgó como algo en cierto modo obsceno, desde luego fuera de lugar. En fin, añadió, no en vano la sabiduría de la Iglesia ha creado la maravilla, psicológicamente necesaria, del sacramento de la Penitencia. Ante el persistente silencio de sus anfitriones, el sacerdote sintió la fuerte e ineludible obligación de remediar el efecto de su discurso, que ahora se le presentaba con las características de un inmodesto alegato, lleno de soberbia y piedra de escándalo. Aligeró su tono y su actitud, como si todo hubiera sido una broma, y continuó:

     -Vaya, veo que les he llegado a sorprender, puede que a preocupar. Bueno, -y con la sonrisa, la cabeza y las manos compuso un exquisito gesto irónico- no se crean todo, creo que, por un prurito de realzar mis pecados, he exagerado un poco, supongo que no fui más que un joven en cierto modo normal, de mi época, ya saben, con esa inmoralidad algo traviesa y en el fondo inocente de la juventud que sólo busca placeres egoístas y sin problemas, sin responsabilidades, creyéndose eterna..., pero cambiemos de tema, por favor, que ya estoy cayendo en los sermones... 

     Y lanzó una breve risita. La familia, queriendo creerle, en parte porque no podían soportar ya más la situación, aceptó de buena gana el cambio de registro en la tertulia, y don Pablo demostró un tacto notable, exclamando, de tales modos y formas que cualquiera hubiera dicho que realmente se encontraba de buen humor:
                     
     -Caramba, don Damián, por un momento nos había engañado, casi nos convence de que usted había sido un sinvergüenza, y perdone la expresión y la franqueza... En fin, sospecho que usted ha sido cocinero antes que fraile, como se suele decir, y creo que en cierto modo es algo bueno, conocer el mal para luego poder combatirlo. Me ha dado una lección, lo admito.

     El cura respondió que no se preocupara, que no tenía importancia, y doña Inés cambió definitivamente el rumbo de la cena, con oportunas y atinadas observaciones acerca del tiempo meteorológico, la comida, los precios y la situación del país, que a dónde íbamos a parar, por Dios, cómo está el mundo. Y la cena prosiguió en excelente y relajado ambiente, en los más ideales términos de amabilidad y buenas costumbres. Sólo en la mente de la joven Lucía brillaba, con las ásperas luces de lo pecaminoso, inquieta y obsesiva, una idea: que este guapo cura conocía, sin duda, los placeres de la carne, y no podía apartar, alejar de sí, la visión del varonil y guapo sacerdote desnudo, haciendo el amor, y se veía a sí misma en sus brazos, y le parecía fascinante, y se imaginó, en un futuro cercano, tentando al servidor de Dios con su cuerpo, y pensó que él no podría resistirse, al fin y al cabo era un hombre, y la jovencita Lucía sonrió maliciosamente y empezó a pergeñar un plan...          

Relato "EL QUE ACECHA EN LA CIUDAD"

     El hombre contempla la ciudadela desde lo más elevado de la gigantesca torre defensiva situada extramuros. En medio de una noche absoluta, sus ojos pasean, complacidos, por las innumerables luces que titilan en toda la ciudad hasta más allá de donde llega la mirada. El hombre está desnudo, siente el vigor juvenil de sus miembros y músculos, tonificados por el suave aire fresco. Examina las gruesas murallas, y los miles de edificaciones que contienen. Palacios rosáceos de estilo renacentista, poderosos castillos de piedra gris, plazas porticadas, enormes museos construidos con mármol. El hombre disfruta de cada detalle, de cada esquina, de cada escultura, todo perfectamente iluminado por las brillantes y lechosas farolas. Las avenidas y paseos están solitarios, casi vacíos, sólo aquí o allá se distingue algún transeúnte nocturno. El hombre desnudo respira con delectación, sus órganos parecen exigir una combustión o éxtasis, el combate y el sexo que, aniquilando, le dan vida. Sin ser visto, gracias a las almenas de la torre, saborea el placer próximo, retardándolo conscientemente para que luego alcance las más sublimes cotas de dicha. Es hermosa la ciudad o ciudadela, sí, muy hermosa, como sus habitantes, caballeros y señoritas de carnes dulces y ansiosas almas que buscan algo. Una ciudadela perfecta en sus acabados pormenores, y complicadísima, saturada de vida y arte, recuerda a una miniatura gótica, muy hermosa en efecto, el hombre piensa, lástima de su destino, de que yo esté aquí  para cumplirlo, que mi deber sea asolarla con las llamas de la destrucción que brotan en mi pecho, ah, la pena, la melancolía de que sus gentes tengan que caer en mi infierno de goce y muerte… creo ya paladear, como un vino delicado, sus miradas de conocimiento y asombro e intensa delicia antes de ser conducidos a la nada por mis abrazos, por la sangre, el semen y la saliva de mi cuerpo.