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jueves, 14 de noviembre de 2013

VENECIA EN LA LITERATURA

A partir del capítulo que Mauricio Wiesenthal dedica a Venecia en su "Libro de réquiems", quisiera apuntar aquí algunos de los textos que conozco inspirados en esa ciudad única. No puedo ni pretendo ser exhaustivo, me limitaré a mis lecturas, y a la época contemporánea, el siglo XX, cuando Venecia ya se había convertido en un símbolo de belleza herida por el peso de su historia y el corrosivo veneno del mar, tópico decadentista y enfermizo:

- Th. Mann: La muerte en Venecia.

- M. Proust: múltiples referencias, en especial el viaje a Venecia que el Narrador relata hacia el final de "La fugitiva".

- Th. Berendt: La ciudad de los ángeles caídos.

- P. Morand: Venecias.

- J. M. de Prada: La tempestad.

- E. Mendoza: La isla inaudita.

- Ezra Pound: como en Proust, numerosas alusiones, por ejemplo, el comienzo de su Canto III:

Yo me sentaba en las gradas de la Dogana
porque las góndolas costaban mucho, aquel año,
y no estaban "esas niñas", solo había una cara,
y el Buccentoro veinte yardas allá, aullando "stretti",
y los rayos de la iluminación cruzados, aquel año, en el Morosini,
y pavos reales en casa de Koré, o pudo haber habido.
    Dioses flotan en el aire azur,
brillantes dioses y toscanos, de vuelta antes que el rocío se derramara.
Luz: y la primera luz antes de que cayera ningún rocío.
Dioses Pan y, salidas del roble, dríadas,
y del manzano, mélidas,
por todo el bosque, y las hojas están llenas de voces,
suspirantes, y las nubes se doblan sobre el lago,
y hay dioses sobre ellas,
y en el agua, las bañistas de blancura almendra,
el agua plateada pule los erectos pezones
     como Poggio observara.
Venas verdes en el turquesa,
o las gradas grises conducen arriba bajo los cedros.

- P. García Baena: poema "Venecia" (ha. 1978):

Allí Venecia en el otoño adriático
su veronés veneno verdeante, 
su carnaval mojado desparrama, 
reparte entre las manos del viajero 
camisetas rayadas, bucentauros, 
palomas ciprias hacia San Giorgio. 
Llegan todos ansiosos: kodak, planos, 
¡oh Venecia!, 
tarjetas del albergo Paganelli. 
Oros líquidos caen de los bulbos hinchados, 
de las cúpulas tensas, 
la corrupción nos cerca entre tus brazos náyades. 
Chorreantes caballos patalean agónicos 
los desteñidos bronces. Suena el tiempo 
y te hundes, Venecia, 
erizada de escamas como un reptil heráldico, 
nos hundimos contigo en tu estancado páramo, 
en ligeros pecados como música o lluvia, 
frutales azafates donde bichean los vermes. 
Se abrazan los tetrarcas en el pórfido, 
presta la espada a la erosión del beso, 
a la campana virgen del diácono. 
Y te vuelves al mar, tu padre incestuoso 
que te posee abierta, a la costumbre, 
pintada actriz que sabe que el amor es moneda fugitiva, 
vieja opulenta que fuiste Serenísima, 
madre de usuras y mercaderías, 
en tu diván de légamo y recuerdo. 
Vuelves al mar. Por la Laguna Muerta 
el cementerio flota como un ahogado oscuro, 
barcazas de difuntos al olvido, 
riada de sollozos alejándose: 
Lord Byron, corazón de cornalina, 
indumentos gofrados de Fortuny, 
laureles dannunzianos, 
rojas gemas al cuello de Desdémona, 
Ana Karenina y su pamela paja 
—niebla al fragor de la locomotora—: 
«Usted puede arrastrar mi nombre por el lodo.» 
Arrástranos contigo, cortesana del agua, 
sueltos los ceñidores, los secretos, 
cloacas engullendo últimas resistencias, 
carmíneas lumbrerías del deseo. 
Rige la podredumbre carnal con tu tridente, 
caduceo florido, muslo, armiño encharcado, 
mientras tus muros caen al liquen de los labios, 
góticas cresterías hacia el fondo, 
hacia el silencio, lecho, adormidera, 
a tu fango de hastío y de sabiduría, 
a tu esplendente fin inexorable, 
Venecia.

- P. Gimferrer: poema "Oda a Venecia ante el mar de los teatros" (ha. 1966), nótese la cita de Pound:


Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos. 
Con qué trajín se alza una cortina roja 
o en esta embocadura de escenario vacío 
suena un rumor de estatuas, hojas de lirio, alfanjes, 
palomas que descienden y suavemente pósanse. 
Componer con chalinas un ajedrez verdoso. 
El moho en mi mejilla recuerda el tiempo ido 
y una gota de plomo hierve en mi corazón. 
Llevé la mano al pecho, y el reloj corrobora 
la razón de las nubes y su velamen yerto. 
Asciende una marea, rosas equilibristas 
sobre el arco voltaico de la noche en Venecia 
aquel año de mi adolescencia perdida, 
mármol en la Dogana como observaba Pound 
y la masa de un féretro en los densos canales. 
Id más allá, muy lejos aún, hondo en la noche, 
sobre el tapiz del Dux, sombras entretejidas, 
príncipes o nereidas que el tiempo destruyó. 
Qué pureza un desnudo o adolescente muerto 
en las inmensas salas del recuerdo en penumbra 
¿Estuve aquí? ¿Habré de creer que éste he sido 
y éste fue el sufrimiento que punzaba mi piel? 
Qué frágil era entonces, y por qué. ¿Es más verdad, 
copos que os diferís en el parque nevado, 
el que hoy así acoge vuestro amor en el rostro 
o aquél que allá en Venecia de belleza murió? 
Las piedras vivas hablan de un recuerdo presente. 
Como la vena insiste sus conductos de sangre, 
va, viene y se remonta nuevamente al planeta 
y así la vida expande en batán silencioso, 
el pasado se afirma en mí a esta hora incierta. 
Tanto he escrito, y entonces tanto escribí. No sé 
si valía la pena o la vale. Tú, por quien 
es más cierta mi vida, y vosotros que oís 
en mi verso otra esfera, sabréis su signo o arte. 
Dilo, pues, o decidlo, y dulcemente acaso 
mintáis a mi tristeza. Noche, noche en Venecia 
va para cinco años, ¿cómo tan lejos? Soy 
el que fui entonces, sé tensarme y ser herido 
por la pura belleza como entonces, violín 
que parte en dos el aire de una noche de estío 
cuando el mundo no puede soportar su ansiedad 
de ser bello. Lloraba yo acodado al balcón 
como en un mal poema romántico, y el aire 
promovía disturbios de humo azul y alcanfor. 
Bogaba en las alcobas, bajo el granito húmedo, 
un arcángel o sauce o cisne o corcel de llama 
que las potencias últimas enviaban a mi sueño. 
            Lloré, lloré, lloré 
¿Y cómo pudo ser tan hermoso y tan triste? 
Agua y frío rubí, transparencia diabólica 
grababan en mi carne un tatuaje de luz. 
Helada noche, ardiente noche, noche mía 
como si hoy la viviera! Es doloroso y dulce 
haber dejado atrás a la Venecia en que todos 
para nuestro castigo fuimos adolescentes 
y perseguirnos hoy por las salas vacías 
en ronda de jinetes que disuelve un espejo 
negando, con su doble, la realidad de este poema.

- Un enlace con la película "Muerte en Venecia", de L. Visconti, basada en el relato de Th. Mann:
http://www.shurweb.es/videos/muerte-en-venecia-vose/


Y mi modesta contribución:
http://blogemiliomanuel.blogspot.com.es/2011/03/reflexiones-de-gustav-von-aschenbach-en.html






lunes, 29 de octubre de 2012

APUNTES LITERARIOS, 2

En la poesía del siglo XIX, hay varios escritores, que, en mi opinión, marcarán en buena parte la lírica del XX:

- Walt Whitman. Con sus versículos de amplio aliento, inspirado en el estilo bíblico, y su panteísmo optimista... su método acumulativo, su visión exultante y libre, alejada de las convenciones poéticas. Ver García Lorca: "Oda a Walt Whitman", Ezra Pound, Neruda... Borges (¿extrañamente?).

- Emily Dickinson. Desnudez, esencialidad, precedente de la poesía pura. Versos cortos y poemas breves, de sentido intenso y original, en los que cada palabra pesa y destaca.

Arthur Rimbaud. Llevando las sinestesias y correspondencias baudelerianas al límite, logra traspasar la lógica común y se abre a lo visionario, a lo irracional, a las imágenes imprevistas y bellísimas. Precedente del surrealismo y movimientos afines.

Naturalmente, Rimbaud no puede entenderse sin Baudelaire, de quien nace en realidad casi toda la poesía moderna. Y el genial y misterioso autor de "El barco ebrio" debe incluirse en esa extraordinaria floración de la poesía francesa que viene a denominarse (clasificación y limitación con que la crítica ordena e intenta comprender) "simbolismo": Lautreamont, Verlaine, Mallarmé, etc.

Sería cuestión de rastrear (supongo que algún experto en "literatura comparada" lo habrá realizado) las huellas de estos astros en otros poetas, ya inmersos en el siglo XX, y de importancia semejante: Rilke, Cavafis, Pessoa, Yeats, Eliot, Pound, Juan Ramón Jiménez, César Vallejo, Apollinaire, E. Lee Masters, Wallace Stevens, William Carlos Williams...

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Elogio de la pereza: Juan Gil Albert, ¿Fernando Pessoa, Cesare Pavese...?

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No resulta extraño que Stendhal fuera uno de los novelistas favoritos de Nietzsche. Sus personajes son inmorales, cínicos, pero con accesos, aparentes o sinceros, de ingenuidad o romanticismo. Tan pronto son hipócritas como idealistas... mezquinos, egoístas, incluso crueles, como abnegados o generosos. Desconcertantes, más allá del bien y del mal...

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"La verdadera vida de Sebastian Knight" (1941) de V. Nabokov. Biografía de un escritor imaginario, escrita por el hermanastro de éste. Se comentan sus libros, también ficticios lógicamente... con tanta inteligencia, pasión y detalles que dan ganas de leerlos, de que  sean reales. En cierto modo, es algo parecido a lo que, por las mismas fechas, y sin que creo que se conocieran, realizó Jorge Luis Borges en Argentina ("Examen de la obra de Herbert Quain", etc.). Autores más recientes que han creado escritores y libros ficticios son, por ejemplo, Paul Auster o Stanislav Lem (en los ensayos imaginarios de "Vacío perfecto", v.gr.). Y en España, Enrique Vila-Matas, y el chileno Roberto Bolaño.

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Es sabido que uno de los puntos fuertes de "La montaña mágica" de Thomas Mann consiste en la relación dialéctica entre los personajes Settembrini y Naphta. El primero representa la moderación liberal, el idealismo democrático y razonable, mientras el segundo defiende un sistema dictatorial y teocrático, una mezcla de integrismo cristiano y totalitarismo casi comunista. Lo curioso (aunque no tan curioso, bien mirado) es que mientras la figura de Settembrini resulta un tanto plana, opaca, insulsa, la de Naphta está llena de relieve y vigor, y sus argumentos, aunque no los compartamos, resultan estimulantes, provocadores, se trata de una personalidad fascinante. Y esto viene a ser como un símbolo de la atracción que ejercen y consiguen las opciones antidemocráticas, autoritarias... 


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Sobre la "ideología" de los escritores. Pienso que un gran escritor, precisamente por serlo, por tener una gran capacidad de comprensión humana, está por encima de coyunturas partidistas, de ideologías de moda. Por ejemplo, ¿tiene sentido preguntarse si eran "de derechas o de izquierdas" Proust, Henry James, Nabokov, Pessoa, Baudelaire, Kafka, Rilke, Conrad, Flaubert...? Por no hablar de la época previa al sistema democrático y burgués, cuando ni siquiera existían esos conceptos...
Proust, que tuvo amigos de izquierda y de extrema derecha, incluso, habla de esto, al referirse al señor de Norpois, creo recordar, y dice que la amistad entre dos personas se basa más en cuestiones de carácter o de afinidad psicológica que en posiciones ideológicas predeterminadas.

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Línea poética Cavafis - Cernuda - Gil-Albert - Gil de Biedma - Luis Antonio de Villena.
 id. Hölderlin - Nietzsche - Rilke - Cernuda.
 id. Dickinson - Valèry - Juan Ramón Jiménez - Jorge Guillén -   P. Salinas - ¿Paul Celan? - ¿José Ángel Valente?
 id. Leopardi - Cernuda - Francisco Brines - Juan Luis Panero.
 id. Rimbaud - Apollinaire - Andre Breton - P. Eluard - Gª Lorca - Aleixandre - Neruda - Saint-John Perse - Octavio Paz - A. Gamoneda - P. Gimferrer.
Y otra corriente, que se llamaría de la "poesía conversacional", que utiliza el lenguaje cotidiano, con la musicalidad del fraseo común o hablado, generalmente es una lírica de carácter meditativo y de origen anglosajón: Wordsworth - Tennyson - Browning - Eliot - Cernuda - Auden - Larkin...

domingo, 20 de marzo de 2011

Poema "REFLEXIONES DE GUSTAV VON ASCHENBACH EN SUS POSTRIMERÍAS VENECIANAS".

Un mármol frío surca mis venas,
melodía mortal,
caricia de degradación y podredumbre,
mas, con triste alegría consciente y en cierto equilibrio
inestable,
aprecio que la corrupción puede ser sagrada:
todo es cuestión de voluntad
y complicaciones psicológicas.

En estas piedras y palacios viejos
envueltos por un mar leproso
que inocula la belleza de la putrefacción,
la extinción dorada de los crepúsculos,
en esta sal que contamina el aire y la pureza
de las piedras, elevándolas
a algo indefiniblemente más sublime,
aquí, en la Venecia enferma, aparece
la insoportable hermosura de un niño extranjero,
inconsciente, desdeñoso, perverso
en su inocencia acaso aprendida, acaso fingida:
se revela exultante grito o cántico
soterrado de lujuria y juventud,
burla magnífica del arte
(de mi arte casi inhumano, de mi clasicismo puro),
superación suprema de las formas muertas.

¿Por qué a estas alturas,
cruzada la mitad del camino de mi vida,
un inmaduro cuerpo me impulsa y me reclama
con fuerza de gloriosa cúpula
hacia la mancha y la melancolía de la muerte?

                           (IX-2008)

viernes, 5 de noviembre de 2010

ENSAYO 2 (mundos y tiempos pasados)

Me gustan los escritores que han tratado el tema de la nostalgia por un mundo pasado.

Por supuesto, para mí, el primero es MARCEL PROUST, por la profundidad y belleza de su obra. En su caso, la recreación de esa Francia de fines del XIX y principios del XX, de aquellas aristocracia y alta burguesía... Proust sentía que ese mundo iba a desaparecer (si no lo estaba haciendo ya), junto con su propia infancia, por las eternas leyes del cruel y tiránico tiempo. Y llegó a la certeza de que la única manera de salvarlo (vicariamente) era la fijación artística, literaria (En busca del tiempo perdido). Y así todos esos recuerdos, aquellas personas e ideas, quedarían impresos (¿eternamente?) en la perfección de una novela abrumadora. Por fin llegó a "el tiempo recobrado". En su estilo maravilloso, de frases largas y meándricas, de sutil y exquisita música, recuperó ese cosmos, buscando leyes universales de la psicología y de la vida (esos análisis en primera persona del plural), hallando metáforas y comparaciones de una hermosura exacta y deslumbrante. Todo entreverado de lirismo, de humor o de ironía a veces (la nostalgia no está exenta de crítica), de melancolía...

En el fondo, se trata del viejo, clásico género de la elegía (lamento por lo que se pierde). Ya en nuestra literatura medieval tenemos el supremo ejemplo de las "Coplas" de JORGE MANRIQUE ("¿Qué se fizieron..., cuál se para...?"). Es una adaptación del clásico tema "ubi sunt" (emparentado con el "superbi colli", el "collige, virgo, rosas" y el "carpe diem").

En la literatura moderna hay otros hitos que me agradan:

G. T. DI LAMPEDUSA: "El gatopardo" (1957). El siciliano príncipe Salina ve cómo se transforma su mundo, merced a las nuevas revoluciones liberales. Pero "todo ha de cambiar para que todo permanezca igual".

L. VILLALONGA: "Bearn" (1956). Frecuentemente comparado con Lampedusa (se le acusó de plagiar al italiano, sin fundamento, todavía no se había publicado "El gatopardo" cuando escribió esta novela). Expone la decadencia de la vieja aristocracia rural mallorquina.

También podrían citarse ciertas obras que reflejan esa fascinación por la perdida Europa de la belle epoque, anterior a la 1ª Guerra Mundial, como "Pasenow o el romanticismo" de BROCH, "El hombre sin atributos" de MUSIL, "La montaña mágica" de TH. MANN, "La marcha Radetzky" de J. ROTH o las memorias de ZWEIG ("El mundo de ayer").

Un suave canto por esa Europa (y la infancia, siempre la infancia) puede rastrearse en algunas novelas del gran artista que fue VLADIMIR NABOKOV (v. gr.: "Habla, memoria", "Pálido fuego", "Ada o el ardor", incluso las primeras partes de "Lolita").

En cine, evidentemente las recreaciones esteticistas del marxista y aristocrático LUCHINO VISCONTI: "El gatopardo", por supuesto, y "La muerte en Venecia", "Ludwig", "Senso", etc.