A partir del capítulo que Mauricio Wiesenthal dedica a Venecia en su "Libro de réquiems", quisiera apuntar aquí algunos de los textos que conozco inspirados en esa ciudad única. No puedo ni pretendo ser exhaustivo, me limitaré a mis lecturas, y a la época contemporánea, el siglo XX, cuando Venecia ya se había convertido en un símbolo de belleza herida por el peso de su historia y el corrosivo veneno del mar, tópico decadentista y enfermizo:
- Th. Mann: La muerte en Venecia.
- M. Proust: múltiples referencias, en especial el viaje a Venecia que el Narrador relata hacia el final de "La fugitiva".
- Th. Berendt: La ciudad de los ángeles caídos.
- P. Morand: Venecias.
- J. M. de Prada: La tempestad.
- E. Mendoza: La isla inaudita.
- Ezra Pound: como en Proust, numerosas alusiones, por ejemplo, el comienzo de su Canto III:
Yo me sentaba en las gradas de la Dogana
porque las góndolas costaban mucho, aquel año,
y no estaban "esas niñas", solo había una cara,
y el Buccentoro veinte yardas allá, aullando "stretti",
y los rayos de la iluminación cruzados, aquel año, en el Morosini,
y pavos reales en casa de Koré, o pudo haber habido.
Dioses flotan en el aire azur,
brillantes dioses y toscanos, de vuelta antes que el rocío se derramara.
Luz: y la primera luz antes de que cayera ningún rocío.
Dioses Pan y, salidas del roble, dríadas,
y del manzano, mélidas,
por todo el bosque, y las hojas están llenas de voces,
suspirantes, y las nubes se doblan sobre el lago,
y hay dioses sobre ellas,
y en el agua, las bañistas de blancura almendra,
el agua plateada pule los erectos pezones
como Poggio observara.
Venas verdes en el turquesa,
o las gradas grises conducen arriba bajo los cedros.
- P. García Baena: poema "Venecia" (ha. 1978):
su veronés veneno verdeante,
su carnaval mojado desparrama,
reparte entre las manos del viajero
camisetas rayadas, bucentauros,
palomas ciprias hacia San Giorgio.
Llegan todos ansiosos: kodak, planos,
¡oh Venecia!,
tarjetas del albergo Paganelli.
Oros líquidos caen de los bulbos hinchados,
de las cúpulas tensas,
la corrupción nos cerca entre tus brazos náyades.
Chorreantes caballos patalean agónicos
los desteñidos bronces. Suena el tiempo
y te hundes, Venecia,
erizada de escamas como un reptil heráldico,
nos hundimos contigo en tu estancado páramo,
en ligeros pecados como música o lluvia,
frutales azafates donde bichean los vermes.
Se abrazan los tetrarcas en el pórfido,
presta la espada a la erosión del beso,
a la campana virgen del diácono.
Y te vuelves al mar, tu padre incestuoso
que te posee abierta, a la costumbre,
pintada actriz que sabe que el amor es moneda fugitiva,
vieja opulenta que fuiste Serenísima,
madre de usuras y mercaderías,
en tu diván de légamo y recuerdo.
Vuelves al mar. Por la Laguna Muerta
el cementerio flota como un ahogado oscuro,
barcazas de difuntos al olvido,
riada de sollozos alejándose:
Lord Byron, corazón de cornalina,
indumentos gofrados de Fortuny,
laureles dannunzianos,
rojas gemas al cuello de Desdémona,
Ana Karenina y su pamela paja
—niebla al fragor de la locomotora—:
«Usted puede arrastrar mi nombre por el lodo.»
Arrástranos contigo, cortesana del agua,
sueltos los ceñidores, los secretos,
cloacas engullendo últimas resistencias,
carmíneas lumbrerías del deseo.
Rige la podredumbre carnal con tu tridente,
caduceo florido, muslo, armiño encharcado,
mientras tus muros caen al liquen de los labios,
góticas cresterías hacia el fondo,
hacia el silencio, lecho, adormidera,
a tu fango de hastío y de sabiduría,
a tu esplendente fin inexorable,
Venecia.
- P. Gimferrer: poema "Oda a Venecia ante el mar de los teatros" (ha. 1966), nótese la cita de Pound:
Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos.
Con qué trajín se alza una cortina roja
o en esta embocadura de escenario vacío
suena un rumor de estatuas, hojas de lirio, alfanjes,
palomas que descienden y suavemente pósanse.
Componer con chalinas un ajedrez verdoso.
El moho en mi mejilla recuerda el tiempo ido
y una gota de plomo hierve en mi corazón.
Llevé la mano al pecho, y el reloj corrobora
la razón de las nubes y su velamen yerto.
Asciende una marea, rosas equilibristas
sobre el arco voltaico de la noche en Venecia
aquel año de mi adolescencia perdida,
mármol en la Dogana como observaba Pound
y la masa de un féretro en los densos canales.
Id más allá, muy lejos aún, hondo en la noche,
sobre el tapiz del Dux, sombras entretejidas,
príncipes o nereidas que el tiempo destruyó.
Qué pureza un desnudo o adolescente muerto
en las inmensas salas del recuerdo en penumbra
¿Estuve aquí? ¿Habré de creer que éste he sido
y éste fue el sufrimiento que punzaba mi piel?
Qué frágil era entonces, y por qué. ¿Es más verdad,
copos que os diferís en el parque nevado,
el que hoy así acoge vuestro amor en el rostro
o aquél que allá en Venecia de belleza murió?
Las piedras vivas hablan de un recuerdo presente.
Como la vena insiste sus conductos de sangre,
va, viene y se remonta nuevamente al planeta
y así la vida expande en batán silencioso,
el pasado se afirma en mí a esta hora incierta.
Tanto he escrito, y entonces tanto escribí. No sé
si valía la pena o la vale. Tú, por quien
es más cierta mi vida, y vosotros que oís
en mi verso otra esfera, sabréis su signo o arte.
Dilo, pues, o decidlo, y dulcemente acaso
mintáis a mi tristeza. Noche, noche en Venecia
va para cinco años, ¿cómo tan lejos? Soy
el que fui entonces, sé tensarme y ser herido
por la pura belleza como entonces, violín
que parte en dos el aire de una noche de estío
cuando el mundo no puede soportar su ansiedad
de ser bello. Lloraba yo acodado al balcón
como en un mal poema romántico, y el aire
promovía disturbios de humo azul y alcanfor.
Bogaba en las alcobas, bajo el granito húmedo,
un arcángel o sauce o cisne o corcel de llama
que las potencias últimas enviaban a mi sueño.
Lloré, lloré, lloré
¿Y cómo pudo ser tan hermoso y tan triste?
Agua y frío rubí, transparencia diabólica
grababan en mi carne un tatuaje de luz.
Helada noche, ardiente noche, noche mía
como si hoy la viviera! Es doloroso y dulce
haber dejado atrás a la Venecia en que todos
para nuestro castigo fuimos adolescentes
y perseguirnos hoy por las salas vacías
en ronda de jinetes que disuelve un espejo
negando, con su doble, la realidad de este poema.
- Un enlace con la película "Muerte en Venecia", de L. Visconti, basada en el relato de Th. Mann:http://www.shurweb.es/videos/muerte-en-venecia-vose/
Y mi modesta contribución:
http://blogemiliomanuel.blogspot.com.es/2011/03/reflexiones-de-gustav-von-aschenbach-en.html
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ResponderEliminar- J. Lorrain: Salvad Venecia.
- M. Barrés: La muerte de Venecia.