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miércoles, 1 de agosto de 2012

APUNTES LITERARIOS, 1

Humor benevolente, compasivo hacia los personajes: Cervantes,  Sterne, Dickens, Pérez Galdós, Chejov, etc.
Humor sarcástico, cruel hacia los personajes: la picaresca (Lazarillo, etc), Quevedo, Larra, Swift, Stendhal, Flaubert, Maupassant, "Clarín", etc.
Posiciones intermedias: Henry James, Conrad, Proust..?

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Esos libros de género indefinible, como misceláneas, que integran gran variedad de textos y temas: los diarios de Kafka y Robert Musil, el "Juan de Mairena" de Antonio Machado, el "Monsieur Teste" o los "Cuadernos" de Paul Valery, el "Libro del desasosiego" de F. Pessoa, "El oficio de vivir" de Cesare Pavese, la "Biographia literaria" de Coleridge...
Y su relación con ciertas obras contemporáneas, que mezclan relato, reflexión, libro de viajes, ensayo, etc. como "El Danubio" de Claudio Magris o las novelas de W. G. Sebald, y, en España, algunas de Javier Marías o Enrique Vila-Matas.
Postdata de octubre de 2013: y el "Libro de réquiems" de M. Wiesenthal.
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Pervivencia de los "neoclasicismos". Regreso a fórmulas y ambientes de siglos anteriores: novelas neo-victorianas: de J. Fowles ("La mujer del teniente francés"), A. S. Byatt ("Posesión", "Ángeles e insectos"), Sarah Waters ("El lustre de la perla", "El ocupante"). Como parodia, en ocasiones, o como fascinación por el prestigio idealizado de la época, u homenaje (¿y tácita confesión de impotencia creadora, de la vulgaridad de nuestra hora?) a los grandes artistas del pasado: Dickens, Wilkie Collins, Henry James, Thomas Hardy... ¿no basta el presente? (¿puede decirse que realmente no son novelas históricas?)

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Luis II de Baviera: poema de Cernuda ("Luis II de Baviera escucha Lohengrin"), fragmento del "Libro del desasosiego" de Pessoa ("Marcha fúnebre para Luis II.."), novela "Oro y locura sobre Baviera" de Luis Antonio de Villena, película de Luchino Visconti...
Atracción lánguida y decadente por un rey loco, que une inocencia, perversidad (sexual, para la época... ¿para nuestra época?), poder (progresivamente abandonado; hastío hacia la Historia y los problemas reales) y dedicación enfermiza, casi absoluta, a la belleza (arte, cuerpos jóvenes) y al placer, frente a la melancolía y vacío de la vida ("¡ah, la vida es cotidiana!", que dijo el poeta).
"¿Vivir?, ya lo harán nuestros criados..." (Villiers de L'Isle Adam: "Axel").

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miércoles, 12 de octubre de 2011

Relato "POR EL CAMINO DE E., O UN FRAGMENTO DE VIDA".

     E. suele ser percibido como un hombre suavemente extravagante, con una vida y personalidad peculiares, aunque de una forma moderada o discreta. Y, como se dice en esta época, se le considera un friki. Ya en su adolescencia llamó la atención de sus amigos y familiares, prosaicamente realistas, gracias a la desmedida afición que manifestó por las obras de Tolkien. Ahora que se acerca a la cuarentena, E. ha sustituido la prolijidad de El señor de los anillos por el barroquismo alucinado de los cuentos terroríficos de Lovecraft y de otros autores raros y quizá de segunda fila. El torturado cerebro de E. se complace perdiéndose en fantasías góticas de castillos imposibles o inverosímiles, como si algo de su psique encontrara cierto e indeterminado placer en las ensoñaciones situadas en laberintos tenebrosos y húmedos, de piedras sucias. En suma, todos estos detalles, conocidos por los más íntimos, o sospechados o intuidos por los demás, le han granjeado la fama, acaso injusta, de tipo extraño, alejado de la sana vida práctica, de la vida común de sus semejantes. Añádase que E. vive con sus padres todavía y que parece más bien solitario y de pocos amigos, para que la impresión de excentricidad se acentúe poderosamente.
    
     Pero E., pese a su apariencia mediocre de hombre casi cuarentón, un tanto gordito y bastante calvo, de rostro vulgarmente redondo, insípido, E., decimos, se siente en cierto modo orgulloso de su vida. Las ironías que percibe en torno, que sabe captar con la finura de una antena psicológica (le parece acertadísima esta expresión), las considera con displicencia y una cierta superioridad. Sí, es verdad que vive con sus padres y que su modesto trabajo de conserje en una institución pública no promete hacer relumbrar su existencia con los altos placeres de una vida intensa. Pero, ¿el suyo no constituye un transcurrir tranquilo, sereno? ¿Acaso podría vivir mejor con otras personas? En cuanto a sus aficiones literarias, reconoce su puerilidad prácticamente inofensiva, pero sabe que también le agradan las cosas serias y profundas. Además de con Lovecraft o Blackwood o Machen, goza asimismo con Henry James, Proust, Flaubert (¿no es él, E., una señora Bovary sumida en el polvo de la pequeña ciudad?, pero sin cónyuge ni amantes, claro, piensa con humor benevolente) o con Robert Walser (ese Walser al que considera hermano del alma, si la frase no es demasiado cursi, ese Walser por quien E. derrama con gusto metafóricas lágrimas en unos ojos hipotéticos). A E. también le gusta el fútbol, el cine (aunque su preferido es el clásico norteamericano de los años cuarenta, que no puede ver tanto como quisiera), pasar las noches ante la televisión (junto a su mamá -ya que el padre se acuesta pronto- disfruta de las series y de los programas del corazón); en fin, que él mismo no se ve tan rarito, tan diferente como los demás le han dado a entender en determinadas ocasiones, con miradas y actitudes más que con palabras francas y directas
    
     Quienes le observan tienen la impresión superficial de un individuo exteriormente anodino, sin darse cuenta de que en el interior de E. arde el fuego de los instintos, como en cualquier otro hombre. En efecto, E. padece, con relativo placer amargo, las tensiones de la sexualidad. Desde hace poco tiempo su atención erótica se ha fijado en dos mujeres. Por un lado, su compañera de trabajo en los últimos seis meses, A., chica de unos treinta y cinco años, divorciada, alta y de espectacular y frondosa melena castaña. A. posee un cuerpo grande, rotundo, un rostro alargado y anguloso, de facciones duras (esa mandíbula marcada, los pómulos elevados y prominentes), en el que brillan húmedamente unos subyugantes ojos azules y rasgados y una boca sensual que suele entreabrir de modo inconsciente (labios rojos que señalan o indican una agradable entrada en su intimidad cálida). A. es una hembra de fuerte carácter, un tanto masculina en sus modos, algo que a nuestro protagonista le excita oscuramente. A E. le gusta imaginarla poderosa en el amor, activa e inquieta, repleta de posturas y movimientos constantes, fieros, experta en caricias prohibidas y con un ímpetu de fogosidad venérea.

     Por otra parte, la vecina del piso de arriba, L., jovencita de unos  veinticinco esplendorosos años. En contraste con A., (en virtud de una desconocida, inexplicable ley de compensación o equilibrio), L. es menudita, de cuerpo delgado y flexible (como si estuviera sin formar del todo, guardando todavía algo de la perfecta imperfección adolescente), con un pelo moreno que lleva corto y chic (a lo garçon, que se decía en épocas pasadas), de carita aniñada y alegre (¿por la inconsciencia juvenil?) en la que bailan unos ojazos (acaso demasiado grandes, desproporcionados, mas esto aumenta su belleza) oscuros y redondos, que parecen mirar las cosas con asombro y felicidad. E. se la figura tímida, recogida y quieta en los placeres (en el momento del éxtasis, abrazada a él fuertemente, aferrada en un espasmo pétreo, casi inmóvil, callada y pasiva, sudando, apenas temblorosa en un orgasmo lento e inacabable paladeado por ambos con morosidad exquisita, a un mismo ritmo acompasado y sólo ligerísimamente perceptible).

     Pero E. tiene la convicción de que nunca les dirá nada, jamás se atreverá (como mucho, a invitarlas a un café). Y aun en el caso de que acumulara valor suficiente y de que fuera correspondido (ideas demasiado sublimes para ser ciertas), E. sabe que su mamá sería un obstáculo insalvable. ¿Y por qué arriesgar un amor seguro, tierno y único a cambio de una aventura azarosa e impredecible? En todo caso, E. se consuela pensando que siempre le quedarán las delicadas, adorables, inocentes nínfulas (nymphettes en el original inglés) que hermosamente supo cantar, en prosa de lirismo inconmensurable (aunque en sórdida novela, sazonada de picante cinismo), el gran Maestro rusonorteamericano. Esas pequeñas cuya existencia mamá ignora por completo, niñas que nunca se interpondrán (al menos, es lo que E. cree, desea o espera con toda su alma) en tan bonito afecto materno-filial.


(XI-2009).

domingo, 13 de marzo de 2011

LITERATURA Y NIHILISMO.

     El exceso de capacidad crítica, de inteligencia despiadada, conduce a grandes artistas  a un escepticismo arrasador. Esto ha sido cada vez más claro desde el siglo XIX, con el creciente positivismo, la progresiva decadencia de los viejos valores y creencias, la crisis, en suma, del hombre contemporáneo.
     Si a ello unimos la consustancial insatisfacción que suelen padecer los espíritus nobles y sensibles, el alma de los creadores, herida y amargada, ha ido cayendo, en muchas ocasiones, en el más árido y frío nihilismo.
     Uno de los más conspicuos, y acaso primeros, en experimentar este sabor acre, fue el gran Gustave Flaubert. En su correspondencia vemos al hombre de talento, profundamente cultivado, hastiado de impotencia ante una vida miserable y gris. Flaubert no cree en la Historia ni en las soluciones provisionales o débiles que ofrecen la religión o la política, únicamente encuentra un consuelo, a la manera schopenhaueriana, en el cultivo esmerado y exigente de su arte, de la literatura. Su enorme capacidad crítica le lleva a tratar a sus personajes con una ironía cruel y helada. La gran mayoría de éstos, como vemos en "Madame Bovary", son seres despreciables, mezquinos, estúpidos. Flaubert se muestra implacable, despiadado, con los caracteres nacidos de su pluma. En las personas sólo ve sus defectos, salvo en alguna pequeña excepción, como el pobre Charles Bovary (que no deja de ser un ingenuo, un tonto) o Justin.
     Esta crueldad en el tratamiento de los personajes está lejos del espíritu más comprensivo o benevolente de otros autores, quizá menos tajantes o duros (¿debido a que guardaban un cierto fondo de cristianismo?): Dickens, Tolstoi, Pérez Galdós o el último "Clarín" (en "Su único hijo"; ya que en "La regenta" se muestra tan cáustico como Flaubert). Son escritores que, aun conscientes de los vicios y defectos y crímenes de la Humanidad, todavía conservan algo  de  cariño, de compasión, ante las debilidades de sus criaturas. Incluso los personajes mediocres y melancólicos de Chejov podrían incluirse aquí.
     Algo de esta visión desesperanzada se encuentra en el negro pesimismo de Thomas Hardy, por ejemplo, y enlazaría con la posición despegada, amoral y escapista de los movimientos simbolistas y decadentes de fines del XIX y principios del XX (Baudelaire, Rimbaud, Barbey d'Aurevilly, Valle-Inclán, Thomas Mann, Proust) y, a través de éstos, con el surrealismo.
     El nihilismo moderno queda retratado, de forma cruda, en las novelas de Dostoievski ("Demonios", etc) o  de Conrad ("El agente secreto"), y, de manera ambivalente o paradójica, en la filosofía de Nietzsche.
     Tras las crisis que conllevó la 1ª Guerra Mundial (revolución bolchevique, destrucción de imperios, colapso económico, disolución social, casi definitivo hundimiento del concepto tradicional de Dios, etc), este nihilismo social condujo una huida hacia adelante en el ámbito político (fascismo, nazismo, comunismo, y corrientes totalitarias y violentas en general) que en literatura se tradujo (aparte del ya mencionado surrealismo y otras vanguardias) en la obra crudelísima, casi inhumana (¿o demasiado humana?) de Louis Ferdinand Céline, en las páginas análiticas y desidealizadas de Hermann Broch o  de los primeros existencialistas (véase el Camus de "El extranjero" o de "Calígula").
     ¿Y en nuestra época, la de internet y la globalización, de relativismo cultural y choque de culturas? Tal vez estemos asistiendo al triunfo casi definitivo de ese nihilismo que profetizaron hace más de un siglo, con diferentes matices de  valoración, Nietzsche o Dostoievski.

Post-scriptum de junio 2011: Y es porque vivimos en un nihilismo postmoderno, que los lectores de nuestra época prefieren a los autores escépticos, como Flaubert o Cèline, frente a los más amarrados a la tradición. Así, escritores católicos, por ejemplo, como Mauriac, Waugh, Chesterton o Julien Green son minusvalorados, tachados como "conservadores" (pese a su recuperación reciente en algunos casos), como curiosidades un tanto marginales, creadores de relativa segunda fila, fuera del mainstreet literario. En cuanto a Tolstoi y Dostoievski, se reconoce su primacía estética, su incontrovertible potencia creadora, pero sus ideas se pasan por alto, asumidas y parcialmente toleradas como fruto de una época trasnochada.

El nihilismo tiene un origen en buena medida ideológico. El marxismo y el anarquismo despreciaban (cuando no odiaban) toda la tradición, tanto política y económica como literaria, artística, religiosa, filosófica, ética  o nacional. Querían arrasar todo, en un ansia de destrucción. Hacer tabula rasa. Y esto, de forma no explícita, es lo que aprecio en parte de las propuestas "progresistas" contemporáneas. Actualmente, tras las crisis de las ideologías, el nihilismo ni siquiera propone un nuevo modelo social o político, quedándose en una mera crítica destructiva del yo individual, de las instituciones familiares y costumbres sociales, etc.

Este nihilismo también se observa en la "novela negra": los detectives cínicos y amorales, los criminales que narran impasiblemente en primera persona, los policías y jueces corruptos, que suelen traspasar la ley... Puede que esto explique en parte su éxito. Ver la influencia de James M. Cain y otros en el Camus de "El extranjero", p. ej.

Asimismo, el nihilismo seria otro de los componentes destacados en algunos escritores que ahora gozan de gran fama: Bukowsky, Carver, Cheever, Pynchon, Salinger, McCarthy, Coetzee, etc.