martes, 26 de octubre de 2010

RELATO MÍO, HOMENAJE A MACHEN

                                             Homenaje a Arthur Machen.

     El doctor Keres se ha refugiado, lleno de terror, en su cuarto de baño. Espera la muerte o algo peor que la muerte. Apenas una hora antes se ha decidido a probar la droga en la que lleva trabajando durante largos, secos y difíciles años plagados de errores, incomprensión y desprecio, cuando no franca burla, de los medios científicos oficiales. Esta mañana se ha levantado sabiendo que por fin ha acertado con la composición exacta, que ya ha encontrado lo que buscó durante lustros: una sustancia capaz de abrir nuevas e insospechadas puertas a la percepción (parafraseando el conocido verso de Blake que luego utilizarían Huxley y The Doors). No un alucinógeno, sino algo que potenciara al máximo los órganos sensoriales y la capacidad del cerebro humano para acceder a algo que el doctor siempre ha sospechado: la existencia de una realidad o dimensión paralela, quizá escondida debajo de la que vemos todos los días, una ventana abierta a sutiles y desconocidas disposiciones de la materia... Algo relacionado con los antiguos cultos mistéricos y herméticos de ritos orientales, conocimientos prohibidos y ocultos por la civilización  grecorromana.
   
     Hace apenas una hora, el doctor ha tomado una dosis de la sustancia líquida y se la ha inyectado. No sin orgullo, quiere ser el primer hombre que capte esas nuevas realidades. Al principio no siente nada particular, sino acaso cierta sensación de leve mareo, en modo alguno desagradable. Luego, un pequeño vértigo y un picor en los ojos, que le llevan a buscar algo de aire puro en la ventana abierta de su despacho. Queda unos instantes mirando las calles en esa hora matutina, y entonces comienza todo. Por decirlo de algún modo, pues está más allá de las palabras, siente una inmensa presencia ahí fuera, en las calles y plazas, en la ciudad. Empieza a oír sonidos extraños, como lejanos -y sin embargo gigantescos- gritos o alaridos. Nota que se van acercando, y, casi al mismo tiempo, ve la presencia que se va enseñoreando de todo, como un huracán lentísimo, algo como una masa enorme, transparente y fluida, que viene a través de la plaza y los edificios que contempla al otro lado de la ventana. Y a medida que conquista espacio, todo lo que queda envuelto por esa masa va transformándose. Los edificios modifican su aspecto, toman el de construciones antiquísimas de piedra, las modernas casas cambian sus anodinas y triviales paredes por muros gruesos y oscuros, irregulares, que muestran una decrepitud de siglos y rezuman una humedad repleta de helechos putrefactos. El doctor Keres está fascinado y horrorizado por tal visión sobrehumana. Mira hacia abajo, a la calzada, y comprueba que ésta ha desaparecido, sólo hay un vasto terreno de piedras y barro, insoportablemente húmedo, y ve personas caminando, pero no son seres normales, sino que tiene la certeza de que se trata de hombres pálidos y expulsados del tiempo, que visten raídas ropas de una era desconocida, y, en un segundo de horror, cree comprender que son entes del mal, sarcásticas abominaciones, lacayos o heraldos de la mole traslúcida, que han llegado desde algún lugar espantoso. Uno de estos hombres, de repente, se para, vuelve la cabeza y mira hacia la ventana del doctor, quien nota fijos en sí unos ojos abominables....

     Con un inconmensurable horror calándole los huesos con un frío paralizante, el doctor levanta la cabeza y ve que la gigantesca mole transparente ya ha tomado los edificios próximos y está unos metros de su piso, al igual que los inhumanos gritos que da la impresión llenan el espacio y la ciudad entera, alaridos de una grandeza cósmica que revelan una maldad fundamental. Y un nauseabundo olor se hace presente, un aroma pérfido de descomposición y podredumbre, las emanaciones decrépitas que conlleva la muerte...

     El doctor Keres comprueba que la masa indescriptible ya ha llegado a su vivienda, empieza a tomar la ventana, que se metamorfosea en una oquedad horrible de pútridas maderas negras que gimen y se retuercen (como una materia que sintiera un dolor inmenso...) y la cosa sigue avanzando, y transforma las paredes de la habitación en opresores y malignos muros recubiertos de un espeso légamo, pegajoso, oscuro y vegetal, una forma de vida que parece dotada, de forma inexplicable, de una conciencia infinitamente malévola... El doctor está paralizado a fuerza de terror, y cuando quiere darse cuenta, no tiene escapatoria, toda la habitación está conquistada por el Mal, sólo quedan libres, de momento, la pequeña porción en que él se encuentra de pie, y la puerta del cuarto de baño. Sin casi saber lo que hace, Keres entra en el aseo y cierra la puerta. Un grito espantoso le obliga a taparse los oídos: está ahí, al otro lado. Se sienta en cuclillas, en posición fetal, al lado de la bañera. Mira a la puerta y ve que se empieza a corromper, es ya una estructura de madera negra y semidescompuesta, que va abriéndose mientras en el cuarto empieza a entrar ese olor, la presencia inmensa que en unos segundos atrapará a Keres y lo llevará a algún siniestro mundo de vacío y dolor y muerte perpetuos...

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     Unas horas después, los medios informativos de casi todo el planeta empezaron a comunicar la espantosa noticia de la inexplicable destrucción, completa, devastadora, de una importante ciudad centroeuropea.




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