Durante años he cantado
la estéril pureza de la nada
en poemas de inane pesimismo.
Paladeé el sabor a yeso
seco del vacío, de la ausencia,
me gocé en la posibilidad del no ser.
Intenté acariciar
lo que no se ofrece al tacto.
Ahora prefiero
(cuestión de voluntad)
celebrar el todo,
creer que cuanto existe
perdurará para siempre,
que la muerte, la pérdida, la destrucción,
no son sino apariencias.
Que cada cosa posee
su propia parte de eternidad.
Incluso el alma, la vida,
inexplicablemente han de durar.
El fuego está ahí, ardiendo.
(III-2007)
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Luz de un cuerpo que se desliza
cantando, quemando;
se basta a sí misma,
extasiada y atónita
por la calidad de su propio resplandor.
Y termina, sin acabar, fundida,
penetrando como lengua
en otro cuerpo, fantasma
al que ama mientras destruye
para que persista, transformado:
todo sirve a la recreación,
al renacimiento.
(III-2007)
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Todos los colores brillan
dentro de la luz,
en el vertiginoso centro intocable de la luz,
y todas las almas viven
dentro de la limitada cinta
del tiempo.
(III-2007)
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Luz demasiado quemada
en los límites del ser.
(III-2007)
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