A Marcel, mi coneja.
Marcel es suave y peluda, tan blanda que está hecha de pelo, carne leve y dulce, y huesecillos frágiles.
Le digo "¡Marcel!", y viene a mí, con sus ojillos como vivos minerales negros, a buscar mis caricias, el calor de mi mano (o quizá sólo a comprobar mi presencia, a asegurarse de mí, atestiguando nuestro vínculo). Se tiende a mi vera, confiada y satisfecha, mientras acomoda sus patitas y gime y ronronea, o como se denomine el ruido de placer que emiten los conejos, una música tenue y primigenia.
Marcel hunde su hocico en los colores duros de su comida, y en el oloroso heno, que le trae proustianas reminiscencias del campo, inscritas en sus genes, en el compartido pasado de su especie.
Tumbada a mi lado, mirándome con reconocimiento, le digo: "Marcel, ¿por qué comemos otra cosa que sol o fuego?.. los dioses no tuvieron más sustancia de la que tienes tú"... y Marcel continúa observándome, y creo que me entiende y hasta sonríe, con el punto de luz de estrellas en sus ojos puros... y estira y agacha la cabeza para que se la envuelva con mis dedos, con la carne caliente de mi mano... dios deseado y deseante... yo para ella y ella para mí.
Las frases en cursiva están tomadas de Juan Ramón Jiménez. Homenaje en los cien años de la publicación de "Platero y yo".
Emocionante. No conozco texto más lírico con un conejo, a decir verdad.
ResponderEliminarMuchas gracias, Dios mío de mi alma..
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