sábado, 19 de mayo de 2012

Relato "EL QUE ACECHA EN LA CIUDAD"

     El hombre contempla la ciudadela desde lo más elevado de la gigantesca torre defensiva situada extramuros. En medio de una noche absoluta, sus ojos pasean, complacidos, por las innumerables luces que titilan en toda la ciudad hasta más allá de donde llega la mirada. El hombre está desnudo, siente el vigor juvenil de sus miembros y músculos, tonificados por el suave aire fresco. Examina las gruesas murallas, y los miles de edificaciones que contienen. Palacios rosáceos de estilo renacentista, poderosos castillos de piedra gris, plazas porticadas, enormes museos construidos con mármol. El hombre disfruta de cada detalle, de cada esquina, de cada escultura, todo perfectamente iluminado por las brillantes y lechosas farolas. Las avenidas y paseos están solitarios, casi vacíos, sólo aquí o allá se distingue algún transeúnte nocturno. El hombre desnudo respira con delectación, sus órganos parecen exigir una combustión o éxtasis, el combate y el sexo que, aniquilando, le dan vida. Sin ser visto, gracias a las almenas de la torre, saborea el placer próximo, retardándolo conscientemente para que luego alcance las más sublimes cotas de dicha. Es hermosa la ciudad o ciudadela, sí, muy hermosa, como sus habitantes, caballeros y señoritas de carnes dulces y ansiosas almas que buscan algo. Una ciudadela perfecta en sus acabados pormenores, y complicadísima, saturada de vida y arte, recuerda a una miniatura gótica, muy hermosa en efecto, el hombre piensa, lástima de su destino, de que yo esté aquí  para cumplirlo, que mi deber sea asolarla con las llamas de la destrucción que brotan en mi pecho, ah, la pena, la melancolía de que sus gentes tengan que caer en mi infierno de goce y muerte… creo ya paladear, como un vino delicado, sus miradas de conocimiento y asombro e intensa delicia antes de ser conducidos a la nada por mis abrazos, por la sangre, el semen y la saliva de mi cuerpo.

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