jueves, 7 de abril de 2011

HOMENAJE (¿Y PARODIA?) A THOMAS BERNHARD.

     El profesor Kaltenmeier en su refugio de los Alpes, como corresponde al tópico del filósofo, alejado del mundanal ruido, de la gloria y los placeres de algunas clases de vida que, en el fondo, desprecia. Porque lo esencial de la Filosofía, tal como la ve Kaltenmeier, es el desprecio, el situarse por encima de lo cotidiano que puede ser superficial o acomodaticio, porque el filósofo busca una verdad y a veces encuentra un porción de ella y entonces sabe, comprende, que todas son formas de la destrucción, una monumental estafa, y que los no-filósofos se enredan en las trampas de la vida, y así Kaltenmeier se cree, de algún modo, superior, y piensa, con cierto orgullo moral, por llamarlo de manera noble, que no debe mancharse, que su deber consiste en permanecer puro, inmaculado de la fatuidad humana, no molestado por los dolores o sufrimientos siempre presentes (incluso en su ausencia) ni por los deseos siempre inalcanzables (aun cuando parecen estar ahí), y piensa y cree que esta renuncia es incuestionable y sincera, y que acaso tiene algo de sacrificio, concepto que  también ha despreciado desde que en la escuela católica, en su infancia ya tan lejana y tan olvidada, trataron de inculcarle su valor, el valor del sacrificio, una disposición masoquista de negarse a sí mismo, y en ocasiones piensa si su renuncia no es algo semejante, si no se trata de una trampa psicológica que ha quedado emponzoñada en el fondo de su alma o de su cerebro, una idea recibida de la que él mismo no ha sido consciente hasta ahora, pero Kaltenmeier desecha estos pensamientos, él quiere lo que tiene, lo ha buscado, y se encuentra conforme y orgulloso y un poco aburrido, pero sobre todo digno, ve en su situación la dignidad del hombre que se conoce y conoce su lugar en el mundo pérfido, y valora sus ventajas con una minuciosidad avarienta que a un observador sarcástico pudiera parecerle burguesa, interesada o mezquina, pero este hipotético observador está profundamente equivocado: Kaltenmeier sólo naturalmente aprecia sus ventajas, alejado de seres humanos que te corrompen y te pervierten con sentimentalidad, con chantajes basados en algo tan inaprensible como los sentimientos, y le gusta sentirse fuera del alcance de esas personas que se adhieren por la costumbre, por la soledad, y acaban por transformarse en un molesto tumor, en un indeseado añadido de materia humana, repleta de sentimientos, dolor, enfermedades y muerte, y Kaltenmeier piensa que está bien así, fuera de lo que en el mundo se llama vida, amor, placer, incluso belleza o arte, esas grandes palabras a las que se han aferrado siempre los filósofos idealistas (los no-verdaderos filósofos, los filósofos de la mentira y de la complacencia, los filósofos-consoladores), y Kaltenmeier olvida, contra su voluntad, por unos instantes, el rigorismo de su pensamiento, y recuerda... y recuerda a Anna, colega de universidad y luego compañera durante once años de su vida, y rememora la sonrisa  de Anna y su mirada llena de entendimiento, y la textura de la piel y el vértigo de los coitos siempre nuevos y únicos, y cómo la enfermedad acabó con todo (¿es necesario imprecar a la muerte?) y recuerda que Anna es ya sólo un recuerdo que no quiere recordar...


                                            (IX-2008)

3 comentarios:

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  2. Muy conseguido, Emilio, y sabes que en materia de Bernhard soy sumamente exigente. Buen tour de force.

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