martes, 22 de febrero de 2011

DOS MICRORRELATOS

     Ayer el conde **** me invitó por fin a conocer su biblioteca. Ciertamente resulta notable, y justifica su fama legendaria. Según el orgulloso propietario (comprensible vanidad legítima), contiene todos los libros. Me impresionaron en especial los gruesos y casi infinitos volúmenes de la Magna Historia Universalis. Esta singular compilación (de una prolijidad insuperablemente exhautiva) abarca los acontecimientos de la Humanidad entera, desde el comienzo hasta su sorprendente (y triste) final. También incluye las biografías de cuantas personas han existido, así como las de quienes poblarán el limitado futuro. Pude leer la mía, completa y exacta hasta la vergüenza, pero me detuve en el pasaje en que era invitado a conocer la biblioteca del conde ****.

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     La primera frase surgió hace algo más de un mes como una crítica literaria, una forma de advertencia o de consejo. Estaba cómodamente sentado en mi sillón favorito leyendo cierta antología de relatos pulp norteamericanos de los años cuarenta, cuando oí, en la soledad de mi salón, una voz que decía más te valiera dejar esa basura y continuar con las ghost stories de Henry James que tienes pendientes. Desde entonces gozo de las ventajas de un certero asesor en cuestiones estéticas. Es la voz clara, algo grave, armónica, de una sensata mujer que parece rondar los treinta años.

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