domingo, 31 de octubre de 2010

Cuento "CHICAS"

     Susana avanzó un peón. Vislumbraba un bonito ataque contra el rey de las negras. Miró a Julia, y, en la expresión levemente preocupada de ésta, adivinó que su amiga había visto el plan de las blancas. Llevaban más de media hora jugando al ajedrez y la partida se encontraba en el momento decisivo. Quizá para relajar la tensión mental, quizá para despistar o distraer a Julia, o tal vez por el placer de charlar un rato y romper el silencio, Susana habló:

     -Bueno, Julia, ¿qué tal vas de novios? ¿Quedaste con aquel tío de la discoteca?

     A Julia le molestaba un poco el estilo excesivamente franco y algo tosco de su amiga. Un estilo con frecuencia estruendoso y eufórico, aunque indiscutiblemente vitalista. Como Julia callara, Susana insistió, elevando el volumen de sus palabras, y acompañándolas de unas suaves risitas guturales:

     -¿Qué? ¿Hicisteis algo? ¿Te invitó a su casa? Vamos, cuenta -se mostraba francamente divertida.

     Julia se limitó a mover un caballo. Una jugada irreflexiva, floja, claramente perdedora. El mate rondaba el tablero, y se instalaría en él en sólo unos movimientos más. A Susana no le interesaba demasiado la partida, que ya tenía en el bolsillo. Pero sí la vida sentimental de Julia, a la que, en cuatro años que duraba su amistad, nunca le había conocido novio, amante, ni siquiera rollo de fin de semana. Era algo extraño, pues Julia resultaba bastante atractiva, rubia, delgada, frágil, de delicadísima piel blanca, alta y de cuerpo estilizado, puede que un poco carente de formas, con redondeces apenas insinuadas. Era lo que se puede llamar, sin asomo de ironía, una belleza espiritual, con sus soñadores ojos, algo abultados, llenos de luz líquida color miel. Tal vez demasiado tímida... e ingenua.

     Tras unos instantes, Julia se decidió a responder:

     -Pues no, no quedé en nada con ese tío. Además... ya sabes que no me gusta que hables de estos temas con tanta ligereza. Ya sabes que soy una chica formal, sí, no te rías, igual soy demasiado exigente y seria, y los tíos cada vez me dan más asco, la mayoría son unos impresentables, unos guarros, van a lo que van, son unos egoístas...

     -¡No es para tanto!  -interrumpió Susana, partiéndose de risa-, no te pases, hay hombres que están bien y, ya sabes, son... necesarios... -añadió, guiñando el ojo con picardía.

     Julia hizo un gracioso mohín de disgusto, frunciendo los labios. La verdad es que no podía enfadarse con Susana. Era su amiga preferida, admiraba su vitalidad, su alegría a veces excesiva, su don de gentes, la facilidad con que entablaba relaciones... Observó las largas manos de Susana, que le atraían extrañamente, lo mismo que su mirada. A su lado siempre se sentía un poco turbada. Le gustaba el movimiento de su rotundo cuerpo cuando caminaba. Junto a ella experimentaba una felicidad indefinible, necesitaba notar su presencia. Era una alegría y un placer, a pesar de esa sensación incómoda, de que nunca podría cumplirse lo que deseaba, de que jamás se atrevería a decírselo a Susana. Julia bajó la mirada hacia el tablero; se hubiera dicho que realmente pensaba en la partida.
     Susana no quiso continuar la conversación de momento. Conocía demasiado bien el carácter susceptible de su amiga. Cualquier nimiedad podía molestarla, incluso herirla. De forma imprevista fue Julia la que reanudó el diálogo, levantando la cabeza, fijando su mirada, curiosamente intensa, en los ojos de Susana:

     -Además, estamos muy bien así las dos. Los tíos nos impedirían vernos con tanta frecuencia, serían una molestia, ¿no?. Perderíamos muchas veladas tan agradables como ésta... aunque me ganes al ajedrez...

     En ese momento, Julia posó su mano en la de Susana. Hay instantes que luego, en la memoria, parecen decisivos, en los que creemos tener una revelación, que se nos muestra como una certeza, aunque el descubrimiento sea totalmente inesperado, sorprendente. Esto sintió Susana como un fogonazo. Creyó comprender. Pensó que lo veía en la mirada de su amiga, que se le antojó suplicante. Pero no podía ser. Debía de tratarse de un error, un equívoco. Sacudió la cabeza mientras retiraba su mano y sonreía ante el poder de su imaginación. No, aquello no podía ser, no debía ser. Julia se replegó, en lo que creía una retirada a  tiempo.

     Por decir algo, por volver a la normalidad, Susana replicó:

     -Bueno, pero a ver si te echas novio de una vez, que ya te vale -consciente de la vulgaridad trivial, evidentemente inadecuada e insuficiente, de la frase, de que en cierta medida se trataba de huir, escapar hacia la realidad insípida y asumible, hacia esta cotidianidad tranquila y cómoda. De modo confuso, Susana recordó aquel episodio de su adolescencia, en el Colegio Mayor... aquella chica... Lucía. No, definitivamente algo semejante nunca debería volver a suceder.

     Susana movió la dama y, con la fatalidad de lo que no puede evitarse, anunció jaque mate.


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